sábado, 12 de marzo de 2016

Sexo urbano


Hacía tiempo que no se habían visto, fue un cruce casual, una de esas casualidades que se producen en la vida de los urbanitas. Las ciudades, aun a pesar de su propia enfermedad, la megalópolis; están segmentadas en rutas y barrios, y sus habitantes tienen una imagen, un mapa propio que casi siempre es personal.

Luis se hacía estas reflexiones, mientras veía alejarse a Clara, a ella, la conocía desde la juventud, había sido un ligue no consumado, por más que le había insinuado pasar juntos un “finde” en la cama, Clara nunca cedió y a pesar de ello habían tenido una camaradería sólida. Cierto que Clara le había presentado compañeras del partido, que sí estaban por los amores clandestinos; clandestinos para la moral burguesa de la época, para él “un zurdo de derechas”, y para ellas militantes en la penumbra de unas ideologías recién autorizadas, era una forma de ejercer la libertad, su libertad.

Decía, que Luís la vio alejarse, sorprendido aun por la efusión de su saludo, su cuerpo menudo pegado al suyo dando y pidiendo calor, dando calor y pidiendo afecto...

Ella la había susurrado al oído un “me muero” que le resultó erótico en el más amplio sentido. Durante unos días, Luis buscó en la memoria el que creía ser el mapa urbano de Clara, intentaba tener otra vez un tropezón con ella, casi no recordaba de que habían hablado, vagamente recordaba; que a su me muero, había contestado con un afectuoso ¡Toma y yo! Es nuestro camino nacer para morir.

Pasaron dos semanas, tal vez un mes como mucho, cuando el azar o el destino los vino a reunir en otro bus urbano.
Esta vez Clara volvió a pegar el cuerpo al suyo y sin mediar más palabra se puso a darle unos besos diminutos en la boca. Él la dejó hacer, y cuando llegaba a su parada se limitó a besarla bajo el lóbulo de la oreja.
Clara respondió con el abandono corporal que significaba hazme tuya. Se miraron, Luis dijo ¿quieres? ella contestó, ven.

Bajaron del auto-bus tres o cuatro paradas más tarde, recorrieron los cien metros escasos que les conducían hacia un bloque de apartamentos, y se entregaron el uno al otro, sin prisa y sin pausa con la meticulosidad del artesano, con la unción del oficiante religioso.

Eran las primeras horas del véspero, cuando se despidieron Luis la miró con una pregunta que no se atrevió a formular, pero lo suficientemente inteligible para que Clara contestase como diciendo: Era una deuda vieja algo que sonaba a escusa, y a pesar de ello no quiso entrar en una disección de significado.

Pasaron días, y otra vez la casualidad o el destino vino a reunirlos, pero esta vez la imagen de Clara era lo suficientemente explícita para no crear equívocos. Cuando Luis vio a Clara bajo los estragos de la quimioterapia ya no le quedó duda, la volvió a abrazar esta vez con todo el calor humano de que fue capaz. No hubo palabras ni sexo. 
revisado 13/3/16