domingo, 4 de junio de 2017

El Columpio

Yo sabía que en ella anidaba un conflicto no resuelto. Lo sabía o lo debería haber sabido por mis estudios. Pero lo cierto era que estaba convencido de ello por experiencia.
La experiencia es eso que nos hace ir un poco por delante de los acontecimientos. Vamos un poco por delante porque ya hemos visitado parecidos paisajes.
Evocaba nuestras citas nocturnas en el parque, y puestos a imaginar siempre era igual.
Ella, se subía al columpio de pie, una mano en cada cadena. La cabeza casi rozando el cigoñal y comenzaba un balanceo hacia delante y hacia atrás encogiendo y estirando sus piernas.
Los goznes rechinaban y el movimiento pendular era acompañado de un rechinar, de una escala de violín desafinada.

Sus pies dejaban sobre el asiento una mancha de lodo, alguna hoja muerta. Pero a mi, aun hoy, el recuerdo lo evoca el canturreo del hierro y las cadenas.
Tardé mucho a entenderlo, en entender lo que la imagen evocada me decía. Ella estaba presa sin salida en un vaivén dubitativo eterno.

Viajaba incesante de adelante hacia atrás y regresaba con el mismo periodo de atrás hacia adelante. Era un vaivén de Sísifo llevando en cada viaje pendular el peso de su historia. Su duelo. El péndulo que hacia atrás, parece tomar fuerza de lo mismo que segundos después lo frena.
El parque del columpio, umbrío a cualquier hora, ganaba por la noche los silencios, la urbe más lejana, apagada. Algún bullir de alas y hasta la niebla que como un sudario húmedo y pegajoso describía la historia.

Un din dan eterno con aquello que irresuelto, añadía con cada balanceo peso a lo irresoluto. Peso al peso.
Quedó en mi memoria el columpio, el ñic ñac ñic ñac eterno, su dulce sombra de perfiles agrios y tal vez solo tal vez un verso. Y tal vez solo tal vez un beso.