Hace
ya años, cuando uno gastaba sus noches en bohemia y turbación, tuve
un amigo ciego. Era alegre y algo parrandero, un ser que parecía
estar forjado sobre su minusvalía.
De
él, me separó una dama, o mejor dicho dos. Leucemia y parca.
Solíamos
cenar en un cafetín, que como tantos otros había nacido a la sombra
del desarrollismo de los 60/70.
En
aquella época el tejido social de Barcelona... pero evocando, me
alejo de lo que quiero contar.
Era
natural de una comarca gironesa muy renombrada, por pero otra vez me
alejo del camino.
¡Lo
que tiene ser viejo! No se puede recordar nada que no evoque al mismo
tiempo, en sincronía la realidad percibida entonces.
Pero
hablo de cosas; que para cualquier lector con algunos años, son tan
conocidas, que no vale la pena seguir.
Volviendo
al asunto. Un día cené en la misma mesa que aquel invidente, y poco
a poco se consolidó una buena amistad.
Tal
vez fue Mariano, cocinero camarero y dueño del bar, quien me pidió
que le acompañase hasta su casa. Él, el ciego nunca me pidió nada;
estaba muy orgulloso de su independencia, vivía solo en la gran
Barcelona. Trabajaba en una imprenta braille, su disminución no le
impedía llevar una vida normal.
Cuando
salíamos del restaurante, le tomé por el brazo para ayudarlo, días
después era el el que se cogía de mi, y poco más tarde, hacíamos
el trayecto de poco más de dos manzanas hasta su casa tomándome él
por el hombro.
La
forma de ir del brazo primero, y luego ligeramente cogidos por el
hombro se correspondía con un grado de confianza que aumentaba día
a día.
La
confianza llegó a un punto en que él al acercarse y poner su mano
sobre mi hombro me dijo:
Estas
preocupado ¿Qué te pasa? Y yo no tuve inconveniente el decirle que
si que así era. Pasé a preguntarle que como lo sabía.
Noto,
me dijo, mayor tensión en los músculos de tu cuello y espalda.
¡Vaya!
Resulta que tenía de mi una imagen de mi tono muscular, equivalente
a la que yo podía tener de un rostro. Que distinguía la tensión,
la preocupación, de la misma manera que yo vidente, lo hacía viendo
la cara de una persona. Y que solo cuando tuvo confianza se atrevió
a decírmelo. Igual que podía haber hecho yo si hubiese notado mala
cara en algún conocido.
Comprendí,
como era importante cruzar las calles por la esquina mas lejana al
cruce, allí donde un automovilista se suponía que veía el paso de
peatones desde los cien metros de una manzana del ensanche. El
conductor ve a los peatones, y peatón, aunque ciego, los oye
aproximarse en linea recta. Era más fácil así que el hecho que lo
sorprendiera un nuvolari que acababa de hacer un giro de noventa
grados.
Aprendí,
los relieves significativos del pavimento del barrio, el estanco, su
casa o el colmado disponían de estos ínfimos relieves capaces de
dirigirlo a él directamente a la puerta sin la menor vacilación.
Sabía,
con solo oír el eco de nuestras voces, si el camarín del ascensor
de su casa, se hallaba en la planta baja o por el contrario había
quedado en uno de los pisos superiores.
En
aquel tiempo aprendí muchas de sus argucias para sobrevivir.
Yo
intentaba ponerme en su piel y percibir su mundo. Alguna vez me
proponía cierra los ojos y te guio yo. Y si cerrando los ojos me
dejaba llevar de su mano o de el rítmico tac tac de su bastón
golpeando el suelo.
Aprendí
a intentar ponerme en la piel del otro. Entrenar la posibilidad de
sentirse como otro. Desarrollar una habilidad que permita viajar un
rato con los zapatos de otro.
Mas
tarde, ejerciendo de consultor, o de psicólogo, -mas estudiante que
terapeuta-. Aprendí a dedicar un tiempo a jugar al ciego, a
intentar ponerme en la piel del otro, a pedir a un tercero; que
después de oír la explicación dada por un compañero intentase
hacer suyos sus puntos de vista. Podría un jefe de ventas sentir
como sentía el jefe de producción. ¿Se podía defender el rol de
otro en un grupo? ¿Y lo que es más importante podía hacerse de
forma creíble?
¿Puedo,
por un momento? Hacer míos los razonamientos de mi pareja, de mis
hijos o de sus parejas...
¡Si
es posible! Y también es posible verse como ciego, desasistido
discapacitado en el mundo de otros en el territorio de otros. Es muy
muy difícil caminar con los zapatos de otro, pero aun lo es mucho
más transitar el territorio de otro. Yo tuve un buen maestro pero
lamentablemente, muchas veces solo hago uso profesional de aquellas
enseñanzas que aprendí ya hace muchos años de la mano de un ciego.