Había tenido un amor
infantil, de esos que parecen un flechazo y debieron dar a los
clásicos la idea de Cupido.
Fue algo que no cuajó,
ni tenía porque, voces amigas le dijeron pronto que ella tenía
novio... Comprendió que había entre ellos una barrera infranqueable
de clase y probablemente de educación -en realidad había una
barrera de dinero-.
Tiempo después le
llegaron noticias de su boda, de su divorcio.
Un día sin saber
porque la volvió a evocar. El desencadenante fue en un objeto que
llevaba su apellido. Era algo tan prosaico como una marca de
embutidos. La empresa familiar. Aquello fue premonitorio, la encontró
justo dos días después en un mercadillo navideño.
El solo era cuarenta años más calvo.
Era ella...
cuarenta años y cuarenta kilos después. Estaba hecha un catafalco, y sin
embargo aun le apeteció descansar sobre ella como en un túmulo
final.
2 comentarios:
A veces la Navidad obra su magia y los imposibles, o muy poco probables, suceden...
Curioso relato, a medio camino entre el romanticismo y el sarcasmo.
Un saludo!!
El tiempo pasa factura en el físico, de ello sólo nos queda aceptar con cierto humor, pero el alma de los recuerdos, la esencia que nos hace ser como somos, eso permanece siempre intacto.
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