Hoy quiero hablar de Felipe.
Felipe, fue en sus días de trabajo un buen bancario. Era un hueso duro de roer, morosos tramposos y otros tipos indeseables para el negocio, palidecían ente su mirada fría escrutadora. Durante años gozó de la confianza de la empresa. Poco a poco, había ascendido hasta ser el interventor de una oficina principal.
Pero por esas modas que hay en las empresas, el banco comenzó a aplicar el principio Blanca Nieves. Este principio laboral dice, que por cada Blanca Nieves (empleado con el pelo cano) que había en sus sucursales, se podían comprar a precio curricula siete enanitos con master en BMA idiomas informática y un montón de conocimientos. ¿Qué importaba que no tuvieran experiencia? En el fondo, los consejos de administración de los grandes bancos, apostaban por eso. Chicos con impecable traje negro sin corazón y sin historia.
Los malos, la maledicencia; que siempre está empujada por la envidia y por el despecho decía: Con la generación anterior de ejecutivos, como Felipe, la crisis bancaria no hubiera ocurrido. Nadie en sus cabales le hubiera vendido nunca hipotecas subprime o mas claramente hipotecas basura.
Tal vez tenían razón, tal vez todo fue una operación calculada para hacer quebrar a varios competidores molestos. Pero volvamos a Felipe.
Felipe se vio a los cincuenta y pocos años jubilado y sin poder acceder al ultimo peldaño de su carrera. ¿Con dinero? ¡Si! Pero con una esperanza de vida larga, que le hacía pensar los mas que probables apuros en la edad mas avanzada.
¿Que hacer ? Fácil, con sus conocimientos contables, pensó poner en bolsa una cantidad de sus ahorros. Gestionarla y obtener una sobre-seguridad el día de mañana.
Pero la vida, hay veces que complica las situaciones. A Felipe se le complicó el panorama, tal vez la tensión de la jubilación. Puede que tuviera otra causa. Lo cierto es, que a poco mas de un año de su no deseado retiro, un tumor de próstata, vino a enturbiar el equilibro mental conseguido.
Los médicos, le dieron una importancia relativa. Había miles de casos como el suyo en que el postoperatorio era perfecto.
¿Pero y si...? Se acercó a la parroquia, el cura al contarle su problema sonrío. Cuando quiso hablar de su desgracia, el padre sin mas, le largo una hojita de papel, algo de la operación Tobías.
Felipe leyó aquel papel muchas veces. Lo traía doblado en bolsillo de su americana Armani. Un tarde al llegar a su casa, le dijo a su esposa: Hoy no dormiré en casa. Entró en su despacho saco el papel busco un numero de teléfono y marcó. Soy Felipe G. de la parroquia de San Estanislao.
Sería a eso de las diez de la noche cuando Felipe salía de su casa. Vestía un vaquero viejo de pana, un jersey de punto con más de 15 años en sus mangas, los zapatos peores de su ropero. En la puerta trasera de un bar, cerca de la parroquia, encontró al cura y a dos hombres mas. Fue presentado. Un apretón de manos frio y seco. Le dieron una credencial con su foto para los servicios sociales y la poli.
Ya sabéis la historia de Tobías, no la tengo que repetir, dijo el párroco. -Prostitutas, maltratadas, drogatas, terminales de sida, borrachos, sin techo. Son vuestros hermanos id y socorrerlos.
Al día siguiente Felipe era otro. Yo lo encontré en la bolsa, le note algo raro. Pasaron días al final me lo contó todo. Soy otro, me dijo, por primera vez en mis 54 años se lo que es sentirse un ser humano.
De esto hace 10, de la próstata ni el recuerdo. Pero por la cara de luminosa fatiga, que se le ve por las mañas yo se que lo sigue haciendo.
Hermano no puedes yo te llevo, tienes techo comida y silencio. Nadie te va a preguntar ¿Porqué? ni te va a exigir que aceptes ningún credo.
En honor de aquellos, que en secreto, practican el onceno mandamiento.
Darío