Ahora
que se acerca su fecha, es hora de evocar el Camino de Santiago.
Muchas
son las leyendas piadosas, que jalonan las etapas del camino. Santo
Domingo de la Calzada es una muy conocida en la cual una gallina
asada canta para anunciar el milagro. El joven sentenciado y ahorcado
por un robo que no había hecho permaneció todo un día colgado en
el cadalso y vivo.
Pero
a mi me interesan mucho mas las leyendas mas cercanas a Navarra y
Aragón. Me gustan particularmente las cercanas a Puente la Reina,
zona que en algún tiempo estuvo bajo los dominios de un rey
aragonés, porque a fin de cuentas la casa real de Aragón es una
rama del tronco de la corona navarra.
Me
gusta la leyenda poco conocida, tan poco conocida que me la voy
inventado sobre la marcha, de la virgen de la huerta. En realidad
virgen del huerto hortus en latín. Son vírgenes que aparecen en
santuarios al borde del camino del apóstol. En realidad los
iniciados leían y aun leemos orthus, un sencillo anagrama que cambia
el sentido. No es lo mismo La virgen de la Huerta o de el huerto; que
la virgen del orto o lo que es lo mismo, el amanecer de una estrella.
Si esa estrella es el sol... Mitra los místicos entenderían que se
trata de la virgen madre del dios, evocando con ello, las sociedades
mistéricas, esotéricas, cuyo ultimo exponente tal vez, solo tal
vez, fue la Orden del Temple.
Pero
de todas esas leyendas la que mas me gusta es la peregrinación
inconclusa que hicieron en si día Los Siete Pecados Capitales. En
realidad en su origen los pecados capitales eran ocho. Pero La
Tristeza, que era el último de la primera lista, pasó a llamarse
depresión y ya no fue un pecado sino un castigo.
Dicen
que un día La Avaricia*, que puestos a poseer no se detenía en
nada. Tomó la palabra y arengó así a sus hermanas: Queridas. Nos
llaman pecados y a pesar de serlo todas tenemos nombre de mujer,
quiero decir que nuestro género es femenino. Eso no es justo, seguro
que nos bautizó algún clérigo misógino. ¿Porqué el pecado es
macho y la causa del pecado hembra? Que se hable de nosotras como las
Pecadas Capitalas. A ver, tu Soberbia, que tienes entre tus
adoradores un sinfín de políticos catetos o de catetos dedicados a
la política. Enciende su verbo, incendia su discurso con tortillos y
tortillas corbatas y corbatos gilipollas y gilipollos. Y por supuesto
con lujurios, gulos, avaricios, iros, perezos y envidios.
Y
continuó:
He
oído decir, que allá lejos en Galicia, donde el sol se pone, está
la tumba de un Santo Apóstol. Que las gentes de todo tipo y
condición peregrinan en busca de la remisión de sus culpas. He
pensado, que nosotras a la que las injurias y maledicencia de los
escolásticos nos pinta feas y abominables podíamos hacer la
peregrinación.
Eso;
dijo La Soberbia, que en aquellos tiempos, también era llamada
vanagloria. Vamos a demostrar que somos mayores y más grandes. Vamos
a decirles a esos cretinos, que nosotras echamos raíces en cualquier
alma. Nos da igual que sean altruistas o ruines, seglares o clérigos.
No hay alma humana en que no podemos hacernos hueco.
Además
añadieron casi a la vez La Gula y La Lujuria; vamos a demostrarles a
esos memos, que nuestro imperio es mayor que el suyo. Que reinamos
en el mar y la montaña, en los lagos y las cavernas, en las urbes y
los villorrios, bajo el sol y bajo las estrellas. Somos tan
universales como los dioses y tan necesarias a la vida como el aire
que se respira. Solo La Pereza se mantuvo callada. Dicen, que en
aquellos días, La Pereza estaba inventado el procrastinar, única
acción en la cual ella fue diligente. Por eso desapareció pronto de
El Camino. Y es que la pobre Pereza no era buena ni siquiera para sus
hermanas. Como admitir una gula perezosa, una ira remisa a obrar, o
una lujuria que a puro procrastinar parecía virginal.
Pero
la fortuna no fue igualitaria con los pecados, y cada uno tuvo el fin
ajustado a su circunstancia pero lejano a sus méritos. La Lujuria
marchó pronto tras los pasos de algún monje giróvago algún
goliardo, empeñado en cantar el amor de las doncellas núbiles y de
las refitoleras de convento y palacio aquellas que nadaban en
sabrosuras de morcilla chorizo, de enjundias y pucheros.
En
fin era un soleado día de primavera, cuando los siete hermanos
restantes, comenzaron su peregrinación a Santiago. Por orden,
haciendo y deshaciendo parejas, tríos cuartetos y hasta quintetos.
Los álamos del camino vieron pasar a La Lujuria, La Pereza, La Ira,
La Envidia, La Avaricia, y La Soberbia. ¡Un momento van seis! ¿Quién
me falta? ¡Ah La Gula! Pobre Gula, la huerta navarra el vino y el
chorizo de Rioja el asado burgalés y las cecinas y botillos leoneses
se confabularon para impedirle la peregrinación. Eso a pesar de que
La Avaricia y La Envidia la exhortaban a seguir hablando del lujo de
las mesas gallegas, de las despensas de los canónigos de Santiago.
¡Comerás! Le decían, unos finos pescados y unos mariscos que solo
ellos comen. Beberás unos vinos albariños y unos aguardientes...
por no hubo nada que hacer, la gula se fue quedando en cada pueblo,
en cada plato de garbanzos, en cada olla podrida, en los huesos del
asado que se disputaba con los perros.
Algo
parecido pasó con La Envidia, comenzó trabajando en las obras que
encontraban en el camino. Y los maestros canteros, los orfebres, los
tejedores y aun los talabarteros. Querían disponer de ella para ser
la envidia de otros maestros otros orfebres otros talabarteros.
La
Avaricia tampoco terminó la peregrinación, la volvieron loca los
sones de las bolsas de los mercaderes que apostados a ambos lados de
la vía mantenían negocios con otros mercaderes de Francia de
Inglaterra y aun de Escocia. Traficaban con especias orientales,
incienso, y cardamomo sedas y perfumes... La Ira tampoco corrió
mejor suerte, cada frontera, cada reino tenía conflictos permanentes
con sus vecinos, cuando no las propias familias de la nobleza
disputaban entre si y aún con los reyes por un palmo de tierra.
Como
decía antes La Lujuria y La Gula terminaron prendidas de los hábitos
de un monje y desde allí pasó a la ropa de los obispos de los
canónigos.
La
Ira también quedó atrapada entre las ínfulas de un obispo, varios
hubo que sacaron de su sede -manu militari- a otros mitrados. Al
final solo La Soberbia hizo todo el camino, cuando alcanzó el Monte
del Gozo, vio a su alcance el palacio del arzobispo. Y comprendió
que esa era su meta. Nada de hollar el supuesto sepulcro del hijo del
trueno, aquí en Compostela el auténtico hijo del Trueno era Diego
Gelmírez, arzobispo y artífice del mito en sus orígenes.