Nuevo
paseo por San Miguel de Foces.
Pronto
hará un año en que me acerqué a San Miguel con ojos de aprendiz.
He pasado por Santiago de Agüero y por Luna.
Han
sido visitas enriquecedoras, es bueno ver con ojos de neófito, es
bueno visitar buscando la complicidad del maestro de obras, aquel que
urdió el templo.
Estos
días en San Miguel de Foces se hace una recreación de un hospital
de La Edad Media. A mi me conmueven estas recreaciones, que crecen
como hongos, en nuestra geografía. Tienen mas voluntad que
exactitud, y mas imaginación que realidad histórica.
Por
señalar en otra dirección, y para que el animus criticandi no
parezca injuriandi, diré que he visto muchas recreaciones de tiempos
del Imperio Romano donde los caballos llevan entre sus arreos
estribos, los legionarios visten algo parecido a los leotardos y...
Bueno,
que si, que hay comparsas de Moros y Cristianos por todo el litoral
mediterráneo donde los participantes fuman puros, y portan armas
como poco, doscientos años posteriores a la época que evocan.
Bien
está lo que es juego, pero esa diacronía no se puede usar cuando se
pretende hacer estudio histórico. Podemos terminar muy lejos de la
realidad.
No
hace mucho, un recreador me decía. “Y a mitad de la obra cambiaron
de arquitecto...”
Hombre...
mire usted, arquitectura es un estudio universitario que tiene poco
mas de 100 años de existencia. Si no recuerdo mal, fue la promoción
de Gaudí, la primera que obtuvo ese título sobre el de maestro de
obras, que era el habitual.
Cambiar
de maestro de obras no era fácil. Bien fuera; porque se había
firmado un contrato y pagado un plazo, o más exactamente porque el
pago se hacía a un maestro y un taller. Es decir que el maestro era
una figura corporativa, y se esperaba que aun en caso de
indisposición o fallecimiento del maestro la corporación sería
capaz de terminar la obra. Era más común que mecenas o el cabildo
que pagaba la obra se quedase sin fondos y la fábrica quedase
suspendida hasta que nuevos recursos allegaban al tajo. Un maestro de
obras era un hombre generalmente seglar, llamado a edificar un
espacio sagrado. Un hombre llamado a sacralizar al modo católico un
sistema de construcción laico, un sistema de construcción que ya
tenía algo de sagrado en su origen.
Los
hay que creen, que el hacer edificios de piedra esconde un reflejo
subconsciente de inmortalidad. A lo sagrado se le otorga el material
perenne, la piedra, a lo sagrado se le adjudica el material noble, el
oro, la plata, las piedras preciosas.
Por
lo que creo saber, el maestro de obras es en su forma un panteísta.
Como tal actúa como una esponja de los credos para los que trabaja.
Aunque en el fondo solo acepta, solo comprende la piedra y su
orientación su obra de piedra y el cosmos, su obra y sus
alineaciones astrales, su obra geodesia y geomancia, su obra y su
relación con lo telurico.
Pero
en toda obra existen dos componentes lo inmobiliario y lo mobiliar.
Quiero decir que en el templo coexiste con su diseño las distintas
dependencias y su función.
Ya
he planteado varias veces que el templo en si es un calendario, con
su juego de luces y sombras, eso sería lo inmobiliario. Otra cosa
sería el encontrar un reloj de sol aunque fuese raspado en la pared,
como sucede en San Miguel de Foces. El reloj de sol, aun que esté
esgrafiado en la pared del templo, no tiene porque ser obra del
constructor. Es generalmente mobiliario, es decir puesto por y para
servicio de los habitantes del templo convento o claustro.
Arriba
la primera imagen, corresponde a la de un reloj de sol actual que yo
he diseñado para la latitud y longitud de San Miguel. La simple
comparación sirve para resaltar las diferencias. Por mucho que el
eje de la tierra tenga una orientación variable y que esta
orientación produzca la precesión de los equinoccios el ciclo total
es de 25.767 años equivale aproximadamente 50,29 segundos año, no
parece que sea significativa en 800 años (menos de un día de
variación total)
Que
ahora se complementa con este escrito, seguirán otros...