martes, 30 de junio de 2015

El Marqués de Pedohermoso



Era un hombre enjuto solo en carnes.

Locuaz en la palabra,

benevolente en la cata de mostos

y largo en su trasiego.

Vamos que bebía como un bocoy

y todo sin descomponer el ademán,

con la elegancia crónica de un borracho egregio.

Lo llamaban el marqués,

y hasta tenía marca

ya que nunca tuvo propiedad ni feudo.



Así me lo presentaron una noche

de copas largas, vinos viejos

y bujarrones de abolengo.

Me lo presentaron como el Marques

el marques de Pedohermoso,

sin que ni presentador ni presentado

hiciesen el menor comentario

o gesto de extrañeza.

Mucho tiempo después me enteré

que pedohermoso era el sobrenombre

de la suave intoxicación etílica

en la que parecía residir

de manera permanente su cabeza.

Habla el marques en el fondo de la tasca,

acodado en la barra,

con la sabiduría de un Séneca.

Habla de política,

con la lucidez que le aporta el Valdepeñas

y ensarta en su discurso dos chufletas,

piropo pretendido, a una gachí

que busca con afanes la retreta.

Piropo, Jerez dulce, Oporto,

Málaga o quitapenas.

Requiebro vano

que el morapio quiebra.



Este es el marqués de pedohermoso,

hecho a requebrar hembras ajenas,

hembras de relumbrón,

veteranos retablos de un mecenas.


Raramente lo verás tomar güisqui o ginebra,
nunca vodka o cualquier pamplina de esas.

A él le sobra y le basta el Valdepeñas.


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