Locuaz en la palabra,
benevolente en la cata de
mostos
y largo en su trasiego.
Vamos que bebía como un
bocoy
y todo sin descomponer el
ademán,
con la elegancia crónica
de un borracho egregio.
Lo llamaban el marqués,
y hasta tenía marca
ya que nunca tuvo
propiedad ni feudo.
Así me lo presentaron
una noche
de copas largas, vinos
viejos
y bujarrones de abolengo.
Me lo presentaron como el
Marques
el marques de
Pedohermoso,
sin que ni presentador ni
presentado
hiciesen el menor
comentario
o gesto de extrañeza.
Mucho tiempo después me
enteré
que pedohermoso era el
sobrenombre
de la suave intoxicación
etílica
en la que parecía
residir
de manera permanente su
cabeza.
Habla el marques en el
fondo de la tasca,
acodado en la barra,
con la sabiduría de un
Séneca.
Habla de política,
con la lucidez que le
aporta el Valdepeñas
y ensarta en su discurso
dos chufletas,
piropo pretendido, a una
gachí
que busca con afanes la
retreta.
Piropo, Jerez dulce,
Oporto,
Málaga o quitapenas.
Requiebro vano
que el morapio quiebra.
Este es el marqués de
pedohermoso,
hecho a requebrar hembras
ajenas,
hembras de relumbrón,
veteranos retablos de un
mecenas.
Raramente lo verás tomar
güisqui o ginebra,
nunca vodka o cualquier
pamplina de esas.
A él le sobra y le basta
el Valdepeñas.
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