Evocando.
Pues si si mal no recuerdo la rubia de Santaló se llamaba Marta, era
de ese tipo de mujer que tiene de todo, quiero decir que tenía
pechos nalgas boca nariz.... todo en un conjunto de elementos
armónicamente distribuidos, una mujer que invitaba a tumbarse en la
cama junto a ella y leer.
Alguna
vez, imaginé leer El Quijote acostado a su lado, pero nunca
conseguía pasar de aquello de “duelos y quebrantos los sábados,
lentejas los viernes”... Yo pertenecía la cofradía de Forcados
Amadores, dicho en castellano, recortadores, esos mozos que juegan
haciendo regates frente al toro, sobre el toro, y con el toro,
evitando siempre el revolcón.
O
en el mejor de los casos, revolcón sin que te pille el toro. Bien,
pues en nuestra cuadrilla, de liberales solíamos valorar a las
hembras conforme a un inexistente código consistente en emparejarlas
con una obra literaria. Porque claro, no era lo mismo pasar la tarde
noche, con una hembra, Guerra y Paz; que con otra Madame Bovary, u
otra La Divina Comedia. Era un buen sistema, porque dejaba mucho
hueco para la imaginación y por otra parte nos ayudaba a
confeccionar un mapa surrealista del ganau en liza.
El
artífice de esta nomenclatura era Manolo, al que la cofradía
respetaba por su arrojo y buen hacer en los quiebros, aunque como
todo cántaro que va mucho a la fuente...
Pues
eso que un día llegó y al comentar las incidencias de su lidia dijo
solamente Laura Petrarca. En vano le preguntamos si era Laura de
Sade, Manolo calló calló y cayó en un mutismo estúpido y a los
pocos días dejo de venir. En fin que ni de la rubia ni de Manolo
volvimos a saber