Salimos hacia Roma con el
alba. El sol comienza a teñir en rosa los cielos del Prat. El
protocolo sobradamente conocido, facturación control embarque.
Estando sobre Córcega, el
piloto nos avisa de un adelanto sobre el tiempo de vuelo, 40
minutos. Como si hubiera añadido al motor nuestra imaginación y
deseo.
Con todo, nuestro
aterrizaje se produce solo veinte minutos antes de lo previsto.
Fiumicino es impersonal y ligeramente caótico como todos los
aeropuertos, llegada desembarco recogida del equipaje, y búsqueda de
la estación de tren. Nuestro destino es Roma Termino evoca aquella
película de Vittorio De Sica Roma estación Termini, pero ya nada es
igual a aquella Roma y aquella estación del principio de los años
cincuenta de pasado siglo. El viaje dura media hora y hay tiempo para
ubicar el hotel. Uno se pegunta porque los mapas para turistas son
así. Yo llevo una copia de un Google Map, insuficiente, en la
librería de la estación compro dos planos más. ¿Será que los
editores de mapas son estúpidos? O acaso mi cortedad me impide
encontrar la información que busco. Es lo primero sin duda.
En el
mundo del GPS (global position sistem) los editores de mapas suelen
olvidar poner el norte. Así es muy difícil saber que usted se halla
entre la Plaza de San Pedro y el río Tiber, pero se necesita Dios y
ayuda para saber donde se halla el norte del mapa. Para elegir en que
dirección moverse. Norte sur este... un vistazo al sol nos ubica a
la perfección pero elegir la ruta mas corta callejeando eso no es
tan fácil. El sistema está pensado para vehículos y estos se
mueven por rutas de transito direcciones obligatorias y semáforos
que poco tienen que ver con la marcha del peatón. El pedone en
italiano, ¿será porque allí los peatones circulan impulsados por
gas?
Lo cierto es que Roma
tiene un endiablado tránsito urbano, pero los pasos de cebra y los
semáforos son ley. Al principio hace falta valor para lanzarse a
cruzar una calzada de mas de cuarenta metros de ancha, donde
confluyen varias vías urbanas y hacerlo así a la brava. Y al fin no
queda otro remedio, todos lo hacen, o San Pedro vigila desde las
alturas o con todo el aparente caos, el conductor romano es un ser
altamente cualificado y responsable.
La fin tengo la idea
luminosa, basta pintar una flecha en el plano que indique el norte.
Así aunque los monumentos estén orientados al gusto del impresor,
es fácil activar mi GPS mental. Ya no tengo que andar veinte o
treinta metros para ver en función del desplazamiento de mi posición
si me acerco o alejo de mi destino. Empiezo a moverme con cierta
soltura pero para ello he tenido que pasar las primeras veinticuatro
horas perdido y al borde del colapso. Roma es un horno y aun estamos
en junio. Aprovwecho la tarde para visitar dos iglesias (como si en
Roma no hubiese)
Son, la Chiesa del Gesù sede de los Jesuitas y como
tal barroca (el barroco en la pintura religiosa surge después del
Concilio de Trento hay quien dice que sus pinturas son el equivalente
a La Capilla Sixtina pos conciliar.
También visito, está cerca del
hotel la San Carlo alle Quattro Fontane otra joya de la arquitectura
barroca, obra de Francesco Borromini.
Mañana más.