Era
un fin de semana casi otoñal. Algo que no se correspondía con el
correr del calendario, solo era la primera semana de septiembre. El
maestro miraba con tranquilidad a varios de sus discípulos preparar
el pequeño bagaje, era la hora de volver a la ciudad a los estudios
o al trabajo. Los que marchaban eran los discípulos de estío.
La tropilla del maestro se componía de dos tipos de seguidores.
La tropilla del maestro se componía de dos tipos de seguidores.
Por
una parte figuraban los fijos, aquellos que habían aceptado vivir
con él, en un ascetismo no riguroso pero severo, sobre todo a la hora de entender
la sociedad de la que se alejaban. Estaba formado por hombres y mujeres casi al cincuenta
por ciento y con una amplia gama de edades.
El
segundo grupo, lo formaban jóvenes que venían junto a él a pasar
unos días del verano, traían la idea de reflexionar sobre sus vidas y
el sentido que tenían. Cierto que alguno de ellos se había tomado
un año sabático para reflexionar tanto sobre su persona como sobre
su trabajo.
Esta división meramente formal no se percibía hasta después de un periodo largo de convivencia.
Esta división meramente formal no se percibía hasta después de un periodo largo de convivencia.
No
había vestido, ni túnica, ni cambios en el aspecto que pudiera
significar pertenencia al clan. Los había que usaban raparse la
cabeza y convivían los que lucían melenas a la jamaicana.
Nada estaba prohibido, ningún estilo de vestido era impuesto. El maestro decía, que en el terreno de la ropa y los aderezos cada uno podía obrar como quisiera, "es el interior del hombre quien con el tiempo, hace de su imagen el testimonio de su credo". Y el primer credo de los que aquí vivimos, es creer en nuestro yo.
Nada estaba prohibido, ningún estilo de vestido era impuesto. El maestro decía, que en el terreno de la ropa y los aderezos cada uno podía obrar como quisiera, "es el interior del hombre quien con el tiempo, hace de su imagen el testimonio de su credo". Y el primer credo de los que aquí vivimos, es creer en nuestro yo.
Lo
cierto era, que conforme pasaban un tiempo en la compañía del
santón, las estridencias en color de la ropa, los pelitriques y
requilorios, tanto en el indumento como en el habla desaparecían. Si
horrorosos son los excesos en la ropa, no lo son menos los
circunloquios tales como, yo mismamente, o personalmente opino, que
ni añaden nada a la mismidad; ni le dan mayor valor a la opinión. Esta ha de ser siempre el fruto de un análisis personal.
Pues
bien, ese día caminaba junto al maestro un hombre de edad incierta,
maduro si, que lo mismo podía estar al final de los treinta que
en la puerta de la sesentena. En el grupo era norma que nadie supiera
de nadie.
La experiencia demostraba que llegar a la tribu vestido con las galas del trabajo, era muy contrario al interés general.
La experiencia demostraba que llegar a la tribu vestido con las galas del trabajo, era muy contrario al interés general.
Porque
una vez sabido que el señor calvo aquel, o la mujer aquella de
madura belleza eran en su vida social, Don... o la dos veces doctora y
poseían varios doctorados o la presidencia de tal o cual consejo de
administración. Hacía que el resto de la grey terminara por hablar al cargo, al
título, ignorando en realidad a la persona.
Y
aunque el hombre había demostrado una mas que correcta educación y
un gran conocimiento sobre materias de informática, nadie sospechaba
que se trataba de el coordinador de un grupo especializado en
inteligencia artificial, que probablemente pasaría a la historia
como el padre de los robots inteligentes.
Y
a ese individuo, precisamente a ese el maestro decía:
- Estoy seguro, que pronto, habrá un día en que las máquinas, serán mas inteligentes que los hombres.
Entendiendo
la frase como un cumplido el aludido contestó:
- Gracias, será el esfuerzo de varias generaciones y me sentiré dichoso de ser el líder del equipo que corone esa cumbre de la técnica y la ciencia.
El
maestro con una sonrisa cariñosa que ocultaba si la había,
cualquier rastro de ironía dijo:
- No se si me he expresado bien, yo no estoy hablando de los avances de la psico-ciencia artificial. Si opino, que pronto las máquinas serán más inteligentes que el hombre, lo hago desde el convencimiento del deterioro de inteligencia humana.
Mira el hombre no es un animal muy fuerte y pronto aprendió a hacer trabajar a los animales por el. Y probablemente desde que aprendió a manejar a los animales para sus fines. O cuando aprendió a usar la fuerza del viento, del agua, del fuego en su beneficio; cambió su desarrollo corporal por el desarrollo mental.
Nuestro urbanita es hoy mucho menos robusto que el campesino de hace varios siglos. Pero aun hay más desde los más tempranos esbozos de nuestra historia han existido calculistas, gentes especializadas en obtener la medida de las cosas. Escribas dotados del arte de plasmar en signos las palabras. Hoy no quedan ni unos ni otros, te reto a que encuentres un pendolista o a un hombre común capaz de resolver una raíz cuadrada...
- Claro no son necesarios, contestó el aludido, las máquinas escriben y corrigen los errores, y en cuanto a la capacidad de cálculo quien la necesita si un ordenador doméstico es capaz de multiplicar por diez mil la velocidad y exactitud en la resolución de problemas...
- Si eso es lo preocupante, admites que el hombre es mas débil que la máquina movida por vapor o por electricidad. Admites que ya nadie sabe calcular rápido, no es necesario. ¿Y quieres fabricar una maquina un robot? ¡Qué libere al hombre del pensamiento! Ve, pero piensa primero en las consecuencias de la informatización ad náuseam...