Habíamos dejado a Mefisto
haciendo burla de un diablo controller, que se creía muy ducho en temas de
producción y tiempos. Claro hay que
saber que en al infierno también se llega
por una deficiente gestión del trabajo.
La razón es que conforme avanzó
la especie humana, y poco a poco, el coro de diablos hubo de establecer
diferentes titulaciones. Distintos grados.
Le cupo primero los diablos
agricultores y los ganaderos, hubo muy pronto diablos prestamistas y
usureros. Con ellos llegaron los
mercaderes, tejedores, alfareros y como no, los diablos jueces sayones fiscales
alguaciles... y hasta algún diablo sirlero.
Era propio de la política
empresarial del averno, que cada alma pudiese encontrar un diablo con
conocimientos de su oficio. Y si es cierto que pronto los hubo médicos y
boticarios, no es menos seguro que pronto los hubo asesores, consultores,
vendedores de seguros y hasta agentes de las propiedad inmobiliaria.
Lucifer estaba encantado con los
avances del progreso. Solo se le resistían los diablos sindicalistas, y esto
era por dos razones. La primera es que era muy difícil, saber que formación
había que darles, la segunda y más peligrosa, que en que un diablo trataba con
un líder sindical, se le volvían las ideas peligrosísimas. Porque a puro de atacar
a la patronal, los había que habían tomado hábitos frailunos y hasta convocaban
paros de calderas para rezar el rosario. ¡Demencial! justo es decirlo.
Pero esto era consecuencia
directa del pecado humano, recordemos que lo que Eva dio a Adán era el fruto
del árbol de la ciencia. Mefisto había dado una clase magistral en el Colegio
Luciferino. Expuso con maestría, de razonamientos porque los diablos que
poseían la sabiduría por haber nacido como parte de la divinidad. Y por tanto
conservaban el saber, tenían que aprender del hombre, que siendo una criatura
limitada en capacidad y entendimiento tenía que recurrir al aprendizaje
parcial. Es decir a la ciencia. La ciencia solo era, en el mejor de los casos,
un segmento temporal de la sabiduría. Era la consecuencia directa de haber
comido de un fruto, que pocos como el propio diablo sabían, era agraz inmaduro
falto de sazón.
El hombre revestido de ciencia
empezaba a disparatar, primero la ingesta producía alucinaciones. Impedía la
percepción correcta, producía delirios de grandeza, como sucede con los
nacionalistas. Además al trocear el conocimiento la posibilidad de equivocarse
era proporcional al infinito numero de fracciones. Consiguientemente las
posibilidades de ser injusto y por tanto de pecar eran también infinitas.
En aquella memorable charla
Mefisto expuso con claridad, que gracias a haber hecho añicos el saber, el
número de asesores y expertos que se brindaba a los poderosos sería tan
innumerable como las arenas del mar. Los poderosos tendrían mayores ocasiones
de emplear el nepotismo y hasta la simonía. Como consecuencia la desvergüenza y
el caos estaban servidos para todas las generaciones de humanos. Claro que el
sistema tenía una pega, era que los diablos tenían que estudiar, graduarse en
las mismas escuelas que los hombres. Solo así alcanzarían el más alto grado en
su obra.
Pero dejemos a un lado la
descripción laboral del Erebo. Aquí lo lectores nos pagan para contar cosas
serias por eso retomamos la historia de Mefisto.
Como buen diablo viejo Mefisto,
era experto en grandes tentaciones. Lo habíamos visto como le vendió el tiempo
a Adán. Como él y sus sucesores llegaron a considerar su importancia. Como de
su mano, la sociedad humana llegó a desviarse de su camino, como creó la
dependencia del tiempo. Como Caín mató a Abel por esa nimiedad, que consistió
en pavonearse como más rico, como más listo, por comparar el tiempo del
ganadero Abel, con el agricultor Caín.
Mefisto leía con fruición El
Génesis y se pavoneaba de sus logros, los hombres entonces vivían muchos
muchísimos años tantos que se aceraban al milenio Adán vivió novecientos
treinta y Matusalén... pero bueno todos esos años siempre se les hicieron
cortos gracias a que el tiempo la medida que Mefisto les regaló tenía la virtud
de hacerse más grande con su uso.
Gracias a esa añagaza del tiempo
escaso, se disfrazaba la ambición, como objetivos a corto plazo. Lo habían
visto en Abel. Como mucho más adelante, al suprimir las monarquías, los
políticos proyectaban sus ambiciones en el breve mandato de sus gobiernos.
Los reyes decía el tentador
tenían toda su vida para sus ambiciones. De hecho ya nacían con una dotación
alta de riqueza y privilegios. Lo bonito lo que hacía disfrutar al diablo eran
los Jefes de Gobierno, los Presidentes, obligados constitucionalmente, a lograr
sus fines sus ambiciones personales en un mandato. ¡Ah qué gozo le producían
las democracias! Donde todos los ciudadanos tenían breve e inalienable derecho
a su ambición. Antes en el antiguo sistema, el pobre paria nacía y moría siervo
de las ajenas voluntades. Las iglesias les predicaban su estatus de sumiso...
Así poco se podía tentar. Pero ahora todos podían, en teoría al menos, llegar
acceder al poder, todos podían llegar a colmar de una u otra forma sus
ambiciones. El límite de este desarrollo, era de cajón al poder llegarían los
más ladrones. Y como en el caso de Caín y Abel, el asesinato estaría
justificado no solo en defensa de las ambiciones propias, también para evitar
que el presumido ufano como Abel en pavonease de sus logros.
La contracción aparente del
tiempo, hoy que los hombres tienen la misma duración que entonces, la medida es
diez aparentemente diez veces mayor. Por lo que es muy raro encontrar ancianos
de más de cien años y que se corresponden con el milenio que se les suponía
antes. Eso crea premura en el pecar, angustia por conseguir ambiciones propias
y como consecuencia el caos. El caos o los planes de gobierno que es lo mismo.
Paralelamente a eso el hombre
sutilmente dirigido por Mefisto, había inventado aforismos como el tiempo es
oro. Aunque hay que reconocer que esa prisa productiva había nacido dentro de
las sociedades protestantes, en aquellas que santificaban el castigo divino el
trabajo.
Decididamente el hombre era
idiota pensaba Mefisto. Pero gracias a su obra había sublimado sus malos deseos
sus malas artes. Ahora la maldad como frasco de perfume, era cada día mas
concentrada.