Erase
un burrel nacido en el pojolondrón comarcano. En aquel tiempo el
gobierno chemecaba entre estrumpido entre las felicuas de una deuda
trotona avocado a
en
la mendicatez.
Los
pasados onirismos y epicúeros fastos habían llevado a la actual
situación
Los
nativos de aquel pojolondrón siempre se habían distinguido por
actuar como infecciones oportunistas. Sea por fas o por nefas los
pojolondrianos siempre se creyeron amos de la situación cuando la
realidad es que eran siervos.
De
manera tacita, se sabía que todo burrel pojolondriano estaba obeso
por poner su capital al servicio de la corte. El estado,
independientemente de la ideología de los miembros en el gobierno,
tenía asumida que la codicia de los burreles les llevaba a producir
bienes para la nación que les eran retribuidos en falsomoney y de
los que les eran recortados los impositos.
Pues
bien este burrel iluminado quiso un día administrar sus candueles
convencido de que tenía derecho a ello. Y nunca se dio cuenta que
con este condongueo batiburriano lo único que conseguía era comerse
el rabo como las pescadillas al pojolondrón plato que desde entonces
cotizó alto en la gastronomía ubitacea.
Y
allí fue llanto y el crujir de legañas. Bueno se me hace tarde luego sigo...
Darío