martes, 19 de noviembre de 2013

Hagan juego...

El casino era enorme, ocupaba todo lo que la vista podía abarcar. Había jugadores en todas las salas, pasillos, corredores y hasta en las terrazas y jardines.
Todos hacían juego, las normas eran claras, solo se podía jugar lo que estaba a la vista. No se aceptaban créditos ni pagarés. El jugador podía apostar resto contra la mesa o contra la banca, la banca nunca perdía su condición de banca. Era la única que podía tomar créditos de otros jugadores. Aunque por regla general, nunca jugaba. Se limitaba a repartir el juego y llevarse un tanto por cien de las ganancias.
El enemigo a batir eran los demás jugadores y sus respectivas fortunas. Es decir sus respectivas rachas de suerte.

Había jugadores de todas las edades, núbiles, provectos y aun aquellos que la senectud aureolaba claramente de decrépitos, carcamales. Solían estos últimos tener sus corros cerrados. Los había que visitaban el casino asiduamente desde hacía más de setenta años. Todos tenían en común la mirada fría gris impersonal, como las pupilas con telilla sufusión y cataratas. Vista cansada. Todo un repertorio de patologías propias de la vejez.

Pero allí seguían pidiendo cartas envite tras envite, mano tras mano.
Alguna vez se montaba algún alboroto, pero raramente en sus mesas, eso era cosa de chicos vocingleros, de malos jugadores ventajistas y fulleros.
Estos últimos duraban poco, los tramposos eran expulsados sin contemplación, se rumoreaba que había habido algún caso en que un tramposo había conseguido mantener sus malas artes durante tiempo indefinido. Pero era una leyenda, El Casino que lo sabía todo, negaba cualquier pacto con la trampa, con el cohecho.

Entonces me fijé en mi compañero de mesa era un anciano que podía haber sido un hombre respetable en otro tiempo. Ahora pálido, demacrado, mal vestido, no era ni la imagen de un Petronio ni tampoco daba la impresión de un prócer. Miró sus cartas con su cara seca atarazada acercó los naipes a sus ojos buscando un correcto enfoque. Los dejo sobre la mesa y espero su turno para hablar. Voy con mi resto dijo entonces, un rumor sordo agitó a los concurrentes hasta de las mesas próximas se acercaron curiosos.
Se mostraron las jugadas, poco a poco. Yo había pasado el anciano destapó su combinación cuatro ases y un rey ¡Difícil de superar! Así fue había ganado el viejo temblaba con la emoción contenida.
Ganador ¡ganador por una vez! Ahora que su resto era casi nulo, diez óbolos. Si al menos hubiera en sus tiempos mozos. Se levantó de la mesa diciendo. Me retiro, nunca antes había tenido una jugada así.
Es tan tarde... todos sonrieron, la banca anunció otra mano, esperaban una sentencia una frase. La banca dijo a mi no me miren yo soy la vida doy las cartas como vienen. Hay quien para echar un resto espera toda la existencia, hay quien juega la vida por la vida. Pero yo no hago nada especial, solo reparto cartas el apostar o no es cosa suya.
¡Hagan juego señores hagan juego!

domingo, 17 de noviembre de 2013

La Dueña de Retrete



Érase una dueña de retrete, que feliz con los gajes de su cargo. Decidió ahorrar poquito a poco utilidades de su trabajo.

Fijarse que digo dueña de retrete, nunca dueña de tafanario. Pero es así, que si, que si, que a poco se confunde retirarse, con el estar cagando.  Y es que los grandes de la tierra aquellos que disponen de retrete y hasta de dueña, en sus retiros, en soledad, parece siempre que la estén cagando.

Pues bien ahorró y ahorró la dama y también lo hizo que en menos de un año tenía la crema imagen del poder, cagando. Entonces que hizo la traidora puso en internet un gran anuncio

¡CURAMOS EN UNA SOLA SESIÓN ACOMPLEJADOS!

El cómo es sencillo, imagine usted al jefe de gobierno con los pantalones bajos. Y porque no a la alcaldesa la diputada y la teniente-alcalde con las bragas a la altura del tobillo y apretando.

Murió la dueña de retrete y dejo como herencia un legado por eso en Cataluña se venden desde entonces en ferias navideñas figuras de esas te pillé cagando.

Pero si son políticos los que su imagen prestan, al prosaico ninot  bragas abajo, mejor fuera ponerlos en la cara del Tió y correrlos todos a escobazos.

viernes, 15 de noviembre de 2013

Amor a primera vista. Cuento para adultos.



Ella me miraba desde el fondo del establecimiento. Yo sentía un placer morboso en mirar, pero me invadía la vergüenza.  Era una adolescente, bueno vestía como tal. Recuerdo su pelo basto como de niña que aun no ha descubierto el poder afrodisiaco de un champú suavizante.
Me gustó su boca fruncida en un mohín, sus labios muy rojos y unas mejillas con algo de colorete mal puesto. Parecía no conocer los secretos de la borla, del fijador, sus ojos grandotes algo vacunos, me miraban reflejando lo provocador de sus labios, no sin cierto aire de duda.
Recuerdo haber cambiado discretamente mi posición para contemplarla mejor. Hasta fingí leer un artículo, supuestamente serio, sobre la política fiscal en la futura Cataluña comparada con la hacienda Macedonia. Todo puta mentira, ni entendía yo de política fiscal macedonia ni me importaba un carajo la matemática econométrica de Mas-Colell. Pero yo pensaba que... bueno era la forma de deslumbrar a una chiquilla que parecía decirme enséñame la vida.
Recuerdo su faldita escocesa su calcetines blancos y cortos y unos zapatitos de medio tacón. una medias rotas, una blusa de uniforme con manchas de "boli", y ese aire general de Lolita haciendo novillos. Al final me detuve en su mirada, esos ojos negros de becerra  extraviada.
¡Era más de lo que podía soportar! Hablé con el dependiente, fueron dos palabras a las que no presté mucha atención saqué la visa y maquinalmente firmé unas hojas. Listo.
Más tarde, ya en mi casa, cuando me reponía del primer revolcón amoroso. Sonó el teléfono, ¡Miserable bastardo! ¿Quieres abrir la puerta de casa de una puta vez? Llevo diez minutos esperando fuera. Sin saber bien lo que hacía abrí allí estaba correosa, fibrada, con unas Ray Ban de agente del orden y su uniforme de cuero. Llevaba una fusta en la mano. Me empujó hacia el interior, de nada me valió aducir intimidad o intentarme oponer sus mano derecha hizo presa en mi cuello. Casi en vilo recorrí el pasillo, fui arrojado sin contemplaciones sobre la cama, allí entre las sábanas aun estaba ella. Mi lolita mi crimen. Oí gritos me llamaban cerdo pederasta y no se que cosas más. No comprendía mucho lo que sucedía, al final ya con las manos esposadas a la espalda y en un vergonzoso decúbito prono, mientras sentía la fusta zumbar sobre mis nalgas, mis ojos se fijaron en una copia del contrato factura que había comprado. Decía Los Placeres de Sade primer centro europeo de muñecas hinchables con "suegra"  oferta especial. Muñeca lolita y dos tratamientos de disciplina inglesa, por el increíble precio de... No pude leer más un fustazo en mis nalgas me hizo ver las estrellas. Traté de explicar que era un error... no sirvió de nada...
Pederasta cabronazo nenaza...
Vivir para ver.      

jueves, 14 de noviembre de 2013

El Caballero de Las Botas Azules (Rosalía de Castro)

En cambio, llenan otros páginas y páginas de no sabemos qué insustancial clasicismo, indigno de corazones poetas y que pudiera decirse inspirado por una momia egipcia: mas es lo cierto que unos y otros pretenden sin pudor ocupar los primeros puestos, reservados a los genios inmortales: ¡Irritante iniquidad, contra la cual es preciso que se proteste con energía! Hablo de este modo, señora, porque me ha indignado la reciente lectura de una novela desconocida que lleva por epígrafe: El caballero de las botas azules. En ella, una gracia bellaca, como diría Cervantes, unas pretensiones que se pierden en lo infinito, una audacia inconcebible y un pensamiento, si es que alguno encierra, que nadie acierta a adivinar, se hermanan lastimosamente con una falta absoluta de ingenio; he leído la mitad, y no puedo saber todavía en qué capítulo empieza, puesto que es en todos a la vez.

-¡Singular ocurrencia! Sin duda el autor habrá juzgado más cómodo no acabar nunca, método que no dejarán de seguir algunos.

-Leeré esa novela, y con su crítica divertiré a mis lectores ávidos siempre de cosas nuevas -dijo Pelasgo.

-No admite crítica -replicó el orador-. Sólo puede decirse de tal novedad que le falta todo para serlo. Argumento, pensamiento, moral..., en fin es una simple monstruosidad, lo peor entre lo peor.

-Sólo por ser tan mala la leeré -añadió otro-; casi la prefiero a muchas otras que no salen nunca de su pasito clásico... ¿y Las Tinieblas le echó su andanada?

-Ayer decía de ella entre otras cosas. «Érase una novela titulada El caballero de las botas azules, éranse unas botas azules en los pies de un caballero, érase un caballero que no se sabe lo que era». ¡Oh, qué espíritu burlón debe animar a quien discurrió todo eso, cuando no vaciló en ridiculizar su propio ingenio con tan mala caricatura!

-Está bien, ya que lo merece. ¿Y qué más dice?

-Se ocupa con preferencia del nuevo libro anunciado por el ciego que llamó hoy la atención de Madrid con su rostro de mármol, sus salmodias y su Moravo, que antes de irse al otro mundo les dijo a sus compatriotas no sé qué profecías sobre el que después de su muerte había de publicar el libro de los libros, y ponerle el cascabel al gato. Y añaden Las Tinieblas que el ciego, el Moravo y el duque de la Gloria, son una cosa muy semejante al laberinto de Creta.

-Y tiene razón, pues si Madrid tuviese una sola cabeza ya se la hubieran vuelto loca.

-Háblase de semejante libro desde que ese señor duque apareció en el palenque de las notabilidades del siglo, como campeón invencible. El buen caballero hace, deshace, rompe cuando quiere con las costumbres sociales, se burla descaradamente de ellas, habla a las mujeres como un sultán a sus concubinas y a los hombres como si tuviese el poder de vencerlos con su sola palabra.

-¡Mentira! -dijeron algunos a una voz-; ninguno ha logrado todavía tener con él una pequeña conversación, no da audiencias a nadie, absolutamente a nadie.

-Es íntimo amigo del de la Albuérniga.

-O su enemigo, pues, según cuentan no le deja reposar tranquilo, y el apacible señor se halla con esto fuera de sí... ya es otro hombre.

-En efecto, aseguran que el duque de la Gloria maneja al rico sibarita como se le antoja.

-A no verlo, no lo creyera; pero ese duque es un verdadero duende puesto que no hay medio de descubrir el misterio que le rodea. Grandes diplomáticos y personajes de diversas naciones, celosos de su popularidad, que amenaza hacerse universal como su gloria, han ofrecido ya cantidades fabulosas al que haga unas botas y una corbata como las suyas. Mas ninguno se atreve: todos confiesan su impotencia para el caso.

-Entre esos personajes se cuenta un lord inglés y un cercano pariente del emperador de las Rusias.

-Ítem más, un título francés que dará al contado cincuenta mil francos al que consiga hacerse editor y saber antes de su publicación lo que contiene el gran libro que va a publicar el duque; pues no es otro, señores, el que el Moravo anuncia en su profecía.

-Negocio no despreciable -dijo uno.

-Renuncio al premio y a la gloria de adquirirlo -repuso con cándida indiferencia cierto editor descontentadizo.

-Tampoco aspiro a tamaña honra -repuso otro sonriendo irónicamente.

-Ni yo -añadió un tercero-, temería que esa fabulosa fortuna, a imitación de las que, según dicen, proporciona el diablo, desapareciese de entre mis manos al tocarla.

-¿Cuál será entonces el que se digne recoger la piña de oro que tantos desprecian?

lunes, 11 de noviembre de 2013

Es tan cierto que casi da miedo



Sonó el silbo, un escape del vapor de la caldera, una nubecilla que vino a deshacerse frente al gran farol de la locomotora. Volvió a sonar  con fuerza y esta vez acompañado de un ronchar de cadenas y enganches como el chasquido que producen los nudillos cuando se fuerzan las articulaciones.

El humo parecía preceder al tren, y el vapor de la caldera, que escapaba de los pistones daba a la imagen algo de la neblina de los sueños. Volvió a sonar el silbo. Esta vez con un claro tirón. Los vagones, como vertebras de un animal fabuloso que se despereza, recuperaron la distancia en sus enganches. Subí la escalerilla y me quedé en pie en el balconcillo del último vagón, levanté mi mano en un gesto de adiós. El convoy gemía y el humo de la chimenea pasando sobre mi cabeza, me confirmo que estábamos en marcha.

Mucho tiempo conservé esa imagen en mi mente, el humo quedaba atrás como la parte de mi vida que acababa. En el andén, quedaba borrosa la figura de Clara. El humo del tren las ideas viejas, Clara saludando en un adiós perpetuo. Sin resquicio de vuelta sin esperanza. El viejo caserón la estación internacional era sin nostalgia lejos.

Han pasado treinta años, tal vez más, desde aquel adiós. Paseo por el andén, ya no hay humo tampoco trenes. El edificio languidece, se desmorona poco a poco, las hierbas crecen entre las vías.  La ausencia de los guardagujas se hace notoria. En las barras de los cambios, faltan las cadenas que aseguraban su inmovilidad. Algún mangante se llevó dos o tres contrapesos de las palancas. Faltan los faroles de señales. No sé porque, los imagino adornado alguna bar de esos modernos

Clara no está, salió unos meses más tarde que yo y en dirección contraria. Fue hacia el oeste hacia el mar bravío. Por un tiempo me llegaron sus cartas, estaba con Manuel allá al otro lado de la tierra.  A diez y ocho horas de tren. Entonces era el más allá, viajar en un ferrocarril de la época era una triple lección de geografía, física, se veían los montes y los ríos que antes fueron manchas en el mapa. Se palpaba la economía, cereal viñedo industria. Se oían hablares se conocía gente. Yo crucé varias veces la península, de norte a sur, de este a oeste. No había mejor experiencia, que un expreso de hace tres o cuatro decenios. Paraba aquí, allá en un trasiego continuo de gentes, un cambio de peculiaridades de idiosincrasias.

A mí me gustaba ir a mis trabajos en tren y en tren de cercanías, si estabas atento se aprendía mucho. Llegabas al destino transfigurado, por lo menos con aires de oriundo y casi asimilando el deje y acento local. Eso era mi punto fuerte en mi trabajo. Para vender y más lo que yo vendía hace falta convencer. No se puede convencer a quien no se conoce.

Hoy domina el avión y el tren de alta velocidad, los trenes ahora unen ciudades, separan pueblos.
Es la globalización pero eso ya termina. La globalización es un fenómeno posindustrial primero la industria produjo miles miríadas de productos. Eso llevó a un marketing uniforme. Primer paso de la globalización. Después una vuelta de tuerca más y la industria vino a producir a nuestra casa. Consumíamos lo de allí con coloratura hispana. Por ejemplo vestíamos vaqueros y camisas Mao. Ninguno de las dos prendas era indígena pero. Supongo que hubo iberos que vistieron la toga y calzaron cáligas.

Con los vaqueros murió el campesino, murió la autarquía. Murieron jadas y jadicos y la tierra roturada era obra del tractor. Murió la cultura rural, ya no se hacen los dulces caseros ni se hace conserva ni se mata en casa y todo ese saber quedó obsoleto escondido. Ahora era el momento de saber de ofertas, de precocinados y congelados.

Se vivía de otra manera si, antes era el gallo quien marcaba el alba, el principio del trabajo diario. Eso cambió por los toques de sirena, que macaban los turnos en la fábrica. Y perdimos la identidad. Alcanzamos nuevas ocupaciones, nuevos títulos, aparecieron los RRPP especializados en realización de eventos. Disolvimos al hombre, en funciones especializadas en eventos y creo que se nos olvidó vivir. La era industrial, el hombre pieza el individuo engranaje, normalizado pulido idéntico a otro. También produjimos la sobre medicación. Antes en el campo los labriegos hacían correr la bota el porrón. Ahora tenemos la sociedad de Prozac para todos, anti-colesterol por grifo, felicidad en vena. El soma, el mundo feliz de Huxley. El estado del bienestar fruto del bienestar en el estado.

Vuelvo a la vieja -gare le chemin de fer- camino de hierro, paralelas de acero que dejaron de unir para solo se conducto. Vuelvo al punto de partida la sociedad industrial se muere, ella no lo sabe. Se muere, ha sido suficiente una crisis la última para poner en jaque la industria la banca, el gran almacén, la gran empresa, tienen que cerrar, no lo saben pero están muertas su tiempo pasó son pretérito siempre imperfecto. Lo que llaman globalización la aldea global es dudoso que exista.
Hoy nos aproxima el tren informático. No hay estaciones intermedias, además las rutas de enlace no son siempre las mismas. Internet es una comunicación persona a persona. Conocimiento con conocimiento. Vamos de un domicilio de ideas a otro como dicen los anglosajones de un think tank -tanque de pensamiento- o tanque de ideas a otro. Pero puede ser o no ser un grupo, ser o no ser un lobby. En realidad es una comunicación entre mónadas. Una noosfera, Si Leibniz o Teilhard de Chardin levantaran cabeza. El reflujo social nos lleva al terreno soñado, aquel mismo que el industrialismo negó.

Cada día somos más los que estamos fuera. Fuera del rito social fuera de la iglesia donde ofician políticos sin vergüenza. Y haremos un mundo nuevo, el saber está en la red, ahora no se mueven hombres, se desplaza el conocimiento. Volvemos a una nueva edad de piedra, visitamos con soltura las cuevas de otra tribus. Conocemos sus técnicas sus pensamientos.

Aquí está aquí como hacer el yogur el mazapán el queso. Pronto haré Jijona, puede que termine apañando mi ropa, haciéndome las alborgas, no puedo procrastinar más el hecho. Muere la industria y nace un mundo nuevo.