El casino era enorme,
ocupaba todo lo que la vista podía abarcar. Había jugadores en
todas las salas, pasillos, corredores y hasta en las terrazas y
jardines.
Todos hacían juego, las
normas eran claras, solo se podía jugar lo que estaba a la vista. No
se aceptaban créditos ni pagarés. El jugador podía apostar resto
contra la mesa o contra la banca, la banca nunca perdía su condición
de banca. Era la única que podía tomar créditos de otros
jugadores. Aunque por regla general, nunca jugaba. Se limitaba a
repartir el juego y llevarse un tanto por cien de las ganancias.
El enemigo a batir eran
los demás jugadores y sus respectivas fortunas. Es decir sus
respectivas rachas de suerte.
Había jugadores de todas
las edades, núbiles, provectos y aun aquellos que la senectud
aureolaba claramente de decrépitos, carcamales. Solían estos
últimos tener sus corros cerrados. Los había que visitaban el
casino asiduamente desde hacía más de setenta años. Todos tenían
en común la mirada fría gris impersonal, como las pupilas con
telilla sufusión y cataratas. Vista cansada. Todo un repertorio de
patologías propias de la vejez.
Pero allí seguían
pidiendo cartas envite tras envite, mano tras mano.
Alguna vez se montaba
algún alboroto, pero raramente en sus mesas, eso era cosa de chicos
vocingleros, de malos jugadores ventajistas y fulleros.
Estos últimos duraban
poco, los tramposos eran expulsados sin contemplación, se rumoreaba
que había habido algún caso en que un tramposo había conseguido
mantener sus malas artes durante tiempo indefinido. Pero era una
leyenda, El Casino que lo sabía todo, negaba cualquier pacto con la
trampa, con el cohecho.
Entonces me fijé en mi
compañero de mesa era un anciano que podía haber sido un hombre
respetable en otro tiempo. Ahora pálido, demacrado, mal vestido, no
era ni la imagen de un Petronio ni tampoco daba la impresión de un
prócer. Miró sus cartas con su cara seca atarazada acercó los
naipes a sus ojos buscando un correcto enfoque. Los dejo sobre la
mesa y espero su turno para hablar. Voy con mi resto dijo entonces,
un rumor sordo agitó a los concurrentes hasta de las mesas próximas
se acercaron curiosos.
Se mostraron las jugadas,
poco a poco. Yo había pasado el anciano destapó su combinación
cuatro ases y un rey ¡Difícil de superar! Así fue había ganado
el viejo temblaba con la emoción contenida.
Ganador ¡ganador por una
vez! Ahora que su resto era casi nulo, diez óbolos. Si al menos
hubiera en sus tiempos mozos. Se levantó de la mesa diciendo. Me
retiro, nunca antes había tenido una jugada así.
Es tan tarde... todos sonrieron, la banca anunció otra mano, esperaban una sentencia una frase. La banca dijo a mi no me miren yo soy la vida doy las cartas como vienen. Hay quien para echar un resto espera toda la existencia, hay quien juega la vida por la vida. Pero yo no hago nada especial, solo reparto cartas el apostar o no es cosa suya.
Es tan tarde... todos sonrieron, la banca anunció otra mano, esperaban una sentencia una frase. La banca dijo a mi no me miren yo soy la vida doy las cartas como vienen. Hay quien para echar un resto espera toda la existencia, hay quien juega la vida por la vida. Pero yo no hago nada especial, solo reparto cartas el apostar o no es cosa suya.
¡Hagan juego señores
hagan juego!
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