Dicen que en el origen en -El retrato de Dorian Gray- había un reloj
en un espejo... donde las horas transcurrían al inverso.
Pero siempre el mito fue igual; inmóvil en el tiempo, hasta retroceder
en el. Todos los cuentos contemplan el mismo supuesto, nadie pierde el
conocimiento adquirido.
No es posible ser viejo sin tomar razón a la memoria. No es posible saber dónde se está si no se
sabe a dónde se pertenece. Es un mapa mental de la existencia, que cada ser
humano dibuja en su pellejo, su huella dactilar su impronta propia.
Pero pensar. No nos es dado cambiar lo hecho, los errores quedan atrás
escritos en nuestro libro de la vida. En nuestro pergamino. Nuestro pellejo.
Lo máximo a que aspirar se puede, es a no repetir los desaciertos. Dorian
y pasar a otro a la inversa que en el vudú que no enseña el cine el pecado y el
dolor de nuestros actos.
El Dorian Gray no es como pretenden un irresponsable con sus actos. No
es un político al uso que culpa a la circunstancia de los daños que inflige a
su pueblo. Es un ser, como en la novela de Oscar Wilde, un ser abyecto y malo.
Un ser, que antepone sus deseos a los otros humanos.
Verdad que visto así... homo homini lupus... la maldad está en el
hombre en su entenderse, en ser el prepósito sobre lo ajeno.
Había un cuadro un Dorian Gray en que se veía un espejo y en el,
reflejado un reloj. Un reloj que corría al inverso. Una
quimera un sueño, la sucesión de sucesos siempre reclama un vector una flecha
del tiempo del acto a la consecuencia. Nunca al inverso.
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