Hoy debería ir a la pelu.
Tal vez Llongueras. Pero no,
mejor no, aun me siento en forma y tengo pelo suficiente como para pagarme
piropos.
Iré a la pelu del barrio, ahora
ya puedo ir sin tapujos, antes me daba reparo.
Pero Heliodoro el peluquero ya
se ha jubilado del todo. Es decir traspasó el negocio, se jubiló, y luego se
fue a cobrar el finiquito con la vida.
Eran tres amigos en el funeral y
yo. Yo no era amigo de Heli faltaría más.
Creo que aun me recordaba, todo
empezó una tarde de otoño cuando el jefe me llamó a su despacho.
Junto a él había una rubia con
pintas de salazón. Carnes amojamadas y ojos llorosos.
Fernández me dijo: Esta señora se
está separando, cree que su marido le es infiel. Haga usted el favor de
acompañarla, le llevará a un bar en el que tiene una cita con su marido. Ella
entrará usted deja pasar unos minutos, entra y verá que está con su compañero.
Cuando se despidan usted debe seguirlo y averiguar a donde va y si es posible
si tiene alguna otra cita.
La señora piensa que marido tiene
una aventura con otro hombre, es decir que es gay.
Puse mí mejor cara, intenté
imitar la pose de Humphrey Bogart en
papel de Philip Marlowe.
Si jefe contesté, me pasó un
sobre con 1200 pesetas.
Salimos de la oficina en
silencio, la mojama caminaba con pasos cortos y rápidos. Tres bocacalles más
allá del despacho giró a la derecha sin
decir nada.
Nos sumergimos en un barrio donde
abundaban los PUB y otros locales similares.
Llegamos a uno con un cartel
descolorido, anunciaba Irish Pub. Penetró en el antro, yo encendí un cigarrillo
y lo apuré antes de acceder al local.
Era un tugurio tristón, con mesas
de madera, adornado con picheles y bocks de dudosa originalidad.
Había un humo denso y un cierto
tufo a garito poco ventilado. El agrio de la cerveza y el acre del sudor humano
y el humo, creaban una atmosfera densa, casi se podía esculpir en ella.
Me acodé en la barra, encendí el
segundo pitillo, maquinalmente acaricie el sobre con las mil doscientas
pesetas. Pensé; bueno son mías, me tomaré un güisqui, un güisqui irlandés por
supuesto.
La rubia estaba sentada en una de
la mesas de el fondo, acompañada por un tío con cara de pocos amigos, barba muy
cerrada. Ella gesticulaba al hablar el parecía de piedra.
Permanecieron así un par de
güisquis. El primero por instinto me lo tomé pausadamente, el segundo algo más
rápido, no era cosa de tener que apurar de un trago el vaso porque el objetivo
se iba. En un momento tuve la impresión de que hablaba de mi.
Imaginé que lo amenazaba con
hacerlo seguir.Juraría que el sujeto me miró desafiante.
Pero como... después pensé que
era obvio, en un PUB donde todos se conocen, un tío nuevo y tomado güisqui en
la barra, tenía que ser un huele braguetas, fijo.
La reunión de la pareja parecía
terminar, ella hizo un ademán de levantarse, se volvió a sentar, yo aproveché
para pedir el tercer güisqui, lo pagué en el momento en que me lo servían, como
es tradición.
La seca dio señales de irse. Me
terminé el vaso de un solo trago.
Ella salió, el me miró de
soslayo, no habrían pasado ni diez minutos desde que salió la clienta cuando se
levantó, se puso una trinchera con amplias solapas, paso junto a mi para tomar
la puerta que estaba justo detrás mío. Conté mentalmente hasta veinte y salí
tras él.
Caminaba despacio por las
estrechas callejas, las aceras tenían ese lodillo urbano mezcla de aceite de
coche y detritus de ciudad.
Caminó por delante una buena
media hora, parecía no tener un rumbo fijo. No se volvió ni una sola vez.
La calleja daba a una gran
avenida, giró despacio a la derecha, hizo ademán de volver sobre sus pasos.
Mierda quiere quemarme, me dije, me metí en un portal.
No creo que me viera, como mucho
mi figura borrosa en la penumbra.
Cambió de idea, tomó por la avenida
a paso rápido. Tuve que correr, lo vi, entraba en el suburbano, uf había
peligro de perderlo, me precipité escaleras abajo, no estaba. bajé al andén
tampoco. Salí por la otra bocamina, nada, se había esfumado.
Metí la mano en el bolsillo, aun
me quedaban setecientas pelas. ¡Bah! me voy a la timba de Klaus, a jugar un
póker.
Al día siguiente, confesé haber
perdido el rastro, el jefe ni se inmutó.
Solo dijo: Vale caso cerrado, la
cliente solo tenía esos trescientos duros.
Con el tiempo lo olvidé. Hasta
que un día, cuando yo ya no era ni Bogart
ni Philip Marlowe, buscando una peluquería cerca de mi nueva residencia
lo encontré.
Era Heliodoro Pacheco el barbero de la calle,
aquel que yo seguí una noche.
Nunca fui su cliente, que se
llamaba Heliodoro lo averigüe en el café de cerca de su barbería.
Me producía cierta angustia poner
mi cuello bajo su navaja.
Cuando traspasó el negocio si me
hice asiduo. Josemi el nuevo dueño era un gay dicharachero y legal. Helidoro se
murió, me dio el esquinazo definitivo.
Sospecho que Josemi era su
pareja, pero nunca me he atrevido a preguntar.
Total para que, hace de eso tanto
tiempo.
(cualquier parecido con personas vivas o fallecidas es casual esto es pura imaginación)
(cualquier parecido con personas vivas o fallecidas es casual esto es pura imaginación)
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