Hoy como cada treintaiuno y de abril,
el día que definitivamente la perdió
Jhon comería albóndigas. Era una tradición, recordaba como ella controlaba los
ingredientes, la carne, el pan, la leche, el ajo, el huevo... un ramito de perejil.
Su mezcla era un rito, y la
confección de las bolitas toda una artesanía. Pero hoy sería distinto si, si
distinto nada de carne, hoy serían albóndigas de boquerón con sepia el mismo
huevo la leche, y el pan en vez de ajo una mezcla de pimentón y ajo. El
pimentón se dijo, se pone en el pulpo ¿porqué no ponerlo en la sepia?
Y para la salsa usaría la tinta, eso
es albóndigas de boquerón a la marea negra.
Primero pasó por la sartén los trocitos de sepia, comparados con el pescado
necesitaban más tiempo. Por otra parte era Semana Santa y que menos que dejar
al menos este año la carne en la nevera.
Decidió añadir a
la salsa una pequeña dosis de nuez moscada, con la esperanza de su acción fuese
afrodisiaca.
Tal vez fue ella la
culpable, recordaba vagamente haber tirado el frasco y respirado el polvo de la
Myristica fragrans y tal vez eso fue causa de sus alucinaciones.
Entonces se contempló en la cocina,
era treintaiuno de abril Jueves Santo y la cocina brillaba de un modo extraño.
Entonces la vio sentada en su sillita de enea, no más alta que un jeme, allí
estaba ella, había vuelto otra vez. Sus alitas plegadas parecían un tutú... O tal vez no se había ido nunca.