Si señor... confieso que la maté,
creo que el crimen ya ha prescrito en la justicia de los hombres.
Pero siento que debo confesar
ante ti mi maestro en la Logia de los Pocos.
La Logia de los Pocos, es un
enclave místico intelectual en que se juntan los caminos espirituales y de
poder. A ella llegan la formación templaria, la esencia rosacruz, y los dos
obediencias masónicas, los dos ritos. Generalmente la gente se asocia a estas
entidades por un espíritu de trepa. Piensan tener acceso a los que detentan el
poder, simplemente un figurar en espera de la parte de nepotismo, o aun peor de
simonía que todo grupo tiene.
Pero la inteligencia suprema dispuso que el portero de la logia fuese, uno o varios, Janos bifrontes que extienden su doble
mirada al camino de llegada del neófito y le indica cual debe ser su ruta de aprendiz.
La Gran Sabiduría ve de dónde vienes y
decide tu camino, decide, tu adónde has de llegar. Solo los auténticamente pobres
en el espíritu, los anawim en el texto hebreo, les es dado la posesión del
Reino.
Yo soy de ellos, figuro entre el
corto número de los discretos y por eso ante vos mi Buen Pastor mi maestro
confieso mi crimen, yo maté con las armas del credo.
Maté con el alma, pero fue
algo hecho en defensa propia y en defensa de la comunidad que represento.
La vieja bruja nos tenía
amedrentados, era un arpía. Nos obligaba
a usar impersonales verbos, siempre referidos a ella. Toda acción del grupo se
conjugaba siempre en tercera persona. Ella. Solía salirse siempre con la suya, bien
usando la lástima, bien con amenazas veladas o maldiciones claras...
A mí me dejó una vez en ridículo
ante la comunidad, tan asustados los tenía la tirana, que nadie quiso proceder
contra ella en un acto de justicia. Por eso comprendí, que estando solo nunca
podría hacerle frente. Decidí variar la estrategia, ella debía morir, eso era
cierto. ¿Mas? como matarla limpiamente, sin sangre de forma que pareciera un
accidente. Y sobre todo quedar lejos de
la menor sospecha.
Era fácil, solo se trataba de
empujarla a la cumbre de su ego, y con un poco de suerte esperar que se
despeñara. ¡Que dulce le parecía la venganza! La dejé hacer y me hizo servil
soplagaitas de sus voluntades. Pero yo esperaba, cada día la ayudaba a subir un
peldaño en su egoísmo, un paso más hacia su perdición labrada de su mano.
La déspota, fue poco a poco
labrando más y más antipatías. Y un día
cuando en la cumbre de su delirio quiso hacerse un ascensor, una vía privada para
ella sola, pero pagada con el dinero público... Aproveché sus tintas, la imagen
que nos daba, y subrayé el aspecto de su vejez caduca, reducida a una silla de
ruedas... viose a sí misma gracias a mi juego de palabras en su decrepitud,
enferma sola.
Se vio inútil, en esa comunidad
que se había construido y que ella misma rechazaba. Yo comprendí su fractura
interna y pinté con colores del barroco el cuadro tenebrista que ella esbozaba.
Por un instante su cara mostró el dolor de la herida, sus propias manos
rasgaban su alma. Entonces me limité a sonreír, a poner una dulzura amarga en
la imagen que de sí misma perfilaba.
Fue breve, me sentí como el guerrero que
hunde su arma en las entrañas del enemigo. Pero fue rápido y limpio, mi golpe
estaba dado, a los pies de su ego apareció el abismo y la tragó; ya hace tiempo
que no sabemos de ella. Vendió su parte y se fue a otro lugar, los comuneros
estamos contentos, creo que fui justo.
Maté su personalidad con poco esfuerzo
nadie lo notó ni siquiera ella...
Pero yo he de confesar a mi
maestro que use la fuerza y la razón de la experiencia, en un ataque despiadado
contra un ser humano algo que no podría haber logrado sin la formación obtenida
en la gnosis, aquí en el Templo de Salomón en La Logia en la secta. Y ahora que
siento mi poder, mi astucia y mi fuerza, confieso ante vos hermano y maestro
para no olvidar lo justo que he de ser al aplicar la ciencia. Soy anawim pobre
en el espíritu como dice en el sermón de la montaña el profeta.