Res cogitans, Res extensa, la
ilusión cartesiana. No fue culpa de Descartes poco podía hacer el que había
sido educado en un sistema dual. Con él la filosofía occidental inició el
camino racionalista. Atrás quedarían las magias propias de la edad media y el
renacimiento.
Todo tendía a la racionalidad y a
la causalidad...
Aun recuerdo a mi viejo profesor,
casi oculto bajo la niebla salida de su pipa, con la mirada perdida en un punto
indefinido situado por encima y detrás de nuestras cabezas. Hacer un alto en la
descripción de la filosofía cartesiana para añadir por lo bajo. Vosotros ahora
no me veis porque un nube de humo os dificulta la visión de mi figura. Pero no
es el humo del tabaco, el que hace que yo sea inasequible para vosotros. Lo que
os impide ver es el vapor de vuestra ignorancia.
Han pasado los años, muchos, desde
aquellas clases de filosofía esotérica. Recuerdo con que misterio acudíamos a
las citas. Reuniones prohibidas por el poder establecido, nos llamaban
proscritos, pendía sobre nuestras almas la excomunión de la iglesia. Sobre
nuestros cuerpos la amenaza judicial del estado. Un estado que se adjudicaba el
monopolio de las creencias.
Hacía, el maestro, una pausa
teatral, y volvía a expresar su horror ante el error cartesiano. No había dos
res, dos cosas, el pensamiento era un atributo del la materia. Tomaba un trozo
de las Meditaciones Metafísicas aquel que dice:
"Una cosa que piensa es una
cosa que duda, que entiende, que concibe, que afirma, que niega, que quiere,
que no quiere, que imagina también y que siente" y añadía pero por encima
de todo ello una cosa que piensa es una cosa que crea. Descartes le estaba
vedado ese conocimiento por su educación con los jesuitas. Y sin embargo... Fue
otro jesuita y este paleontólogo y filósofo que vendría a añadir la parte robada
al pensamiento cartesiano. La parte ignorada por Pascal. Si hasta entonces se
hablaba del infinito de lo minúsculo y del infinito de lo grande. Para que no
se pierdan ustedes en divagaciones el infinito de lo minúsculo el átomo. El
infinito de lo grande el cosmos. Queda el infinito de lo complejo.
"Todo es un proceso, un
devenir en evolución continua y proyectado hacia delante, centrado en el hombre
(noogénesis)" nos dice este paleontólogo. Y repetía pale-onto-logo tratado
de los seres antiguos no, no que barbaridades nos produce la filología. Pale-onto-logo tratado del origen del ser, y
sus ojos brillaban subrayando una risilla feliz. Eso es la piedra clave, el
arte arcano, la piedra filosofal de la metafísica que debéis dominar.
Fue mucho tiempo después de
aquellas charlas cuando un día en un cafetucho de barrio de pescadores y
mientras el maestro se tomaba el segundo te (un aguachirle hecho con las
segunda infusión de las primeras bolsitas) me hizo su pregunta habitual ¿y?
Milagrosamente se me hizo la luz,
comprendí lo profundo de la invitación una conjunción copulativa en
interrogante. El maestro esperaba, que a su exposición, yo uniese palabras o
cláusulas en concepto afirmativo. Ese era el secreto de su ¿y? algo que
significaba que había hecho míos sus conceptos siendo capaz de añadir mi carga
mi aportación intelectual.
No sé bien que expresé o como lo
dije, tampoco es seguro que lo pudiera expresar aquí sin velos, pero el
resultado fue inequívoco.
El maestro contestó con una
perífrasis basada del evangelio de Juan:
Porque lo has visto has creído, bienaventurado
tu que abres los ojos al conocimiento de lo eterno. Porque la mente y la
materia son las dos caras de una misma moneda.
¿Una nueva dicotomía? Bien y mal
luz y oscuridad ying y yang lo húmedo y lo seco... nada de eso y sin embargo de
la misma manera que se expresan y definen los contrarios intentamos durante
mucho tiempo diferenciar materia y mente; cuando la mente solo es consecuencia
del estado de la materia cuando se mueve hacia el infinito de lo complejo.
Ahora estás en posición de
comenzar tu camino añadió el hombre. Es la mente creadora la que rige la
complejidad de la materia. Crearás primero poesía armonía y ritmo y tal vez en
el tiempo te sea dado crear universos.
Alguna vez he vuelto por el viejo
cafetín de pescadores, pero ya nadie recuerda, nadie conoce al viejo maestro.
Dicen creer haberlo visto, con un indio anciano, con un lama nepalí o como un clochard,
un sin techo. Pero yo sé que no es cierto porque él vive en un palacio que
tiene por cúpulas el universo.
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