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jueves, 28 de noviembre de 2013

Nuevo destino ¿España?



No habría transcurrido una hora cuando volvieron a llamar a su despacho, esta vez era Mefisto su suegro el papi de Luzbelita. ¿Hola se puede?  Dijo mientras tomaba asiento en el sillón de frente a la mesa. 

Mefisto era de esos que empleaban el lenguaje para recalcar su poder. Lo de pedir permiso para entrar en el despacho de un diablo de inferior rango, era puro formulismo social. Mefisto solía pedir permiso para hacer cosas que no se le podían negar. Marcando así más su poder y su altanería.

De hecho había pasado en la tierra una temporada, inoculando en los pobres humanos el aire imperioso del inepto.

Recordaba aun aquel alto cargo de la Generalitat, que exigía tener siempre un ascensor disponible para su uso.  Algunas veces había comentado ante el gran consejo el éxito de esta pequeña artimaña.
Argumentaba que el politicastro, pagado de sí. Era más fácil de dominar después por la soberbia. Demostraba que cuanto mas estúpido e inepto era un individuo, mucho mas fácil era hacerle caer en la trampa.

La soberbia, solía dar paso a la codicia y ambas juntas producían una pérdida total de razón y prudencia.
En conclusión, el sujeto que caía en su garras, se desplazaba poco a poco hasta un estado de bobería permanente, donde sus mayores despropósitos eran auto-percibidos como logros.
Luego más adelante, cuando la realidad venía a golpearles con toda su fuerza, ya los encontraba preparados para percibir todo el dolor que el saberse auto-engañado producía.
Era una desesperación dolora, lenta agónica, que dejaba al sujeto a las puertas de la muerte, del infierno. Aquel sitio donde la mayor pena consiste no en las quemaduras y el fuego eterno, no.
El mayor dolor era ver la cadena de errores que le llevaron a la propia destrucción, al suicidio político a algunos hasta al suicidio físico.

Este era uno de los dramas del infierno, la curricula siempre visible los éxitos para molestar al contrincante, los fracasos a modo de sambenito. ¡Cuantas veces! Habían pedido a los de arriba, que los hombres llevaran también muy visible su historial de fracasos. Pero el jefe, Dios, siempre se negaba, decía que; el perdón comenzaba en el olvido, en la amnesia.

¿Entonces porque no se les perdonaba a ellos? ¡Ah no! decía el jefe, el demonio es una invención humana, ni siquiera en la biblia aparece hasta después de la deportación a Babilonia.
El demonio morirá cuando lo haga el último hombre...

Y todo eso en segundos, un recuerdo doloroso un rosario de espinas.
Mefisto carraspeo un poco, bien ya sabes porque estoy aquí. Mi hija, que no te ha dado un solo día de paz desde que la conoces, que no ha tenido un minuto sin dejarte sufrir, que se ha dedicado como ninguna a cultivar tus cuernos y sinsabores... una diablesa perfecta ha venido a pedirme un puesto para ti.

Nunca deja de ponderar tus incapacidades, dijo poniendo en su voz un tono paternalmente lascivo. Y mira que suerte que tienes eso es para siempre, si fueras hombre podrías divorciarte incluso matarla, pero entre diablos ya sabes el matrimonio es infernal eterno.

Bueno te venía a visitar porque hay unas vacantes entre políticos españoles, ya sabes lo de siempre ineptitud y prepotencia, puedo conseguir que te destinen allí.

Saco una lista de nombres y se puso a leer...
No sé si continuará...

miércoles, 27 de noviembre de 2013

Banco de alimentos

Sonaba el teléfono. Era un ring-ring pausado clásico y ligeramente amenazador. Algo así como -contesta de una vez o cuelgo-.

Al otro lado de la linea se oyó un clic. Una voz aguardentosa preguntó:

¿Banco de alimentos?

¡Si dígame?

Ah muy bien, aquí somos del sindicato...

¿?

¿Si dígame?



-Ah que somos del sindicato y tenemos un excedente de alimentos, son las sobras de la última merienda de negros... huy perdón perdón, quise decir los excedentes del último ágape de la ejecutiva. Y queremos saber sobre sus servicios, por ejemplo. Nos quedan diez cajas de langostino de Sanlucar, media caja de Dom Pérignon y unas latas, unos 400 gramos de caviar beluga.


-¿La pregunta que quiero hacer es? Si hacemos una imposición a plazo, un año o seis meses que interés nos da.



-Caballero creo que se confunde usted, esto es un banco de alimentos, aquí distribuimos los excedentes de las empresas y los productos a punto de caducar de las cadenas de alimentación entre personas sin recursos. Se trata de ayudar.



-Ya, ya, será como la obra social de las cajas de ahorro, o como los mecenazgos de la banca, digo yo algo entre el nepotismo y el enchufe. Pero vestido de primera comunión así con un cierto halo de pureza.



-Me ofende usted, esto es una labor social.

-Ya si a bueno le va a usted a contar lo que es la labor social. A mi, que me nació el pelo en los huevos predicando la lucha de clases.

-¡Señor esa expresión no procede!

-Bueno no quería herir que le decía que me salieron los dientes en la huelga...

-Vale así mejor.



-Bien ustedes son una ONG, que si no me equivoco es un invento promovido por los gobiernos para corregir los desmanes de los propios gobiernos.

- ¡No no señor! Nosotros aspiramos a suavizar las diferencias entre distintos grupos sociales o étnicos.

- Claro lo comprendo ustedes son como un sindicato de clase empeñado en expandir las miserias para darles a todas un tono pastel, un cierto como diría; un cierto y monótono color. Para que una casta de iluminados puedan percibir emolumentos haciendo ver que suavizan las consecuencias de las diferencias sociales. Es decir como el sindicato, como nosotros, que no podemos vivir sin exagerar primero esas diferencias.



Al otro lado de la linea se oyó un golpe sordo y a continuación la señal de comunicar, -le habían colgado-. Otra vez y eran dos veces en la misma semana...



Se oyó un toque en la puerta del despacho, algo así como si un animal diera con sus pezuñas en la puerta.

Si adelante pase pase... No hizo falta insistir, allí apareció en el marco de la puerta con su cara de ogresa, cejijunta con una pelambrera lacia y retorcida, larga tanto que se confundían el pubis con las axilas. Era su hembra Luzbelina, seguro había estado oyendo detrás de la puerta antes de llamar... así era.



- ¡Que otro fracaso y van cinco en el mes, vaya mierda de diablo que estás hecho!



- Mujer yo...

- Ni mujer ni tangos, eres muy torpe y no te esfuerzas.



Ante la cara compungida de Belcebú, dulcificó su gesto de manera imperceptible.
-Cariño te lo vengo diciendo desde hace casi un siglo, lo tuyo no es el marketing telefónico. Eso no es ocupación de un diablo que se tenga por tal. Tienes que aspirar a más, al full contact.
-¿Quieres decir?

-Recuerdas cuando te las veías con el inquisidor general, cuando campabas a tus anchas por las mentes de Los del Santo Oficio. Pues reclama, pide un puesto acorde con tus méritos. ¿Qué tal? Insuflar deseos de pederastia en un purpurado, ¿No crees que sería mas interesante? O ayudar a negar la concupiscencia del sexo dinero y poder en una de esas nuevas politiquillas con cara de beata
 

Ahora mismo le escribes una carta al jefe y le pides un puesto real nada de un demonio en las nuevas tecnologías, mira tu puesto. Director general de marketing telefónico. Vaya estupidez y tus compañeros que valen menos que tu, sembrando insidias en el mundo. Justificando subidas de impuestos desahucios hipotecarios miseria repartida por decreto. ¡Te estás perdiendo los mejores tiempos!



Belcebú parecía no reaccionar, pero un leve temblor en el rabo le dio la pista suficiente a Luzbelina que continuó:

- Venga toma una hoja de papel y escribe Consejo General del Maligno. Belcebú Lopez Tentador General de primera clase renuncia a su puesto de director de Marketing Telefónico y solicita un puesto... un puesto en primera linea de combate.

Eso es ahora firma. Belcebú firmó y rubricó con toda clase de ringorrangos aunque de manera automática.
Luzbelita tomo la hoja, la dobló y dijo:
Ahora mismo la llevo a la reunión del consejo, hoy está papá de secretario de guardia, seguro que cuela tu petición en el mejor momento...

Salió dejando un estela a cuerno quemado y azufre un olor inconfundible...

Lopez, Belcebú Lopez, se quedó pensativo, que horror hasta en el infierno estaba presente el nepotismo...

lunes, 25 de noviembre de 2013

Con Pepe Valls y Mercedes en el Restaurante

He ido a comer al Restaurant. Mucho tiempo hace que se usaba así como galicismo. Depués se españolizó por restaurante el DRAE dice que es una antigua forma del participio activo del verbo restaurar. Bueno así puede que sea mejor, mas lo dudo. A los españoles siempre nos ha gustado darnos importancia haciendo cosas vulgares con nombre extranjero.
El restaurante o Restorant era el culmen de la idiotez. Había en esos sitios un pincerna, un maître, camarero ayuda de camarero, y sumiller que escribíamos sommelier. También había un écuyer tranchant, Maestro trinchador, el encargado de partir las viandas tal vez el artista que desespinaba el pescado o pelaba el marisco.
Recuerdo, haber visto actuar uno en el Restaurante del Aeropuerto, cuando lo de ir en avión era un lujo. Con que habilidad me desnudó tres cigalas y dos langostinos, que venían en el arroz. Como los puso a banda separados del resto de la paella por una cucharada de somarraet. 
En fin eran otros tiempos, ahora McDonals es un restaurante ¡Qué horror
A mi a eso de los restaurantes me aficionó el tío Santi, el era de los de propina larga y por eso conocía bien todas las funciones de la restauración. Así luego las premiaba y comentaba.
Recuerdo que un día encomiaba el buen hacer de un sommelier o summilleur, lo hablaba ante un cuñado suyo, que era escéptico y tacaño, que siempre le parecía que era gastar mucho cualquier gasto en cocinaza y vinazo.

Este otro era de la teoría que sommelier derivaba de sueños, porque era el mozo encaragado en hacer soñar a la clientela aromas y evocaciones en el vino que nunca habían estado allí. Solía tomar entre sus manos una copa balón, la llenaba con un tinto peleón y una generosa dosis de gaseosa y se extasiaba contemplando el juego de rojos afrutados, luego como un autentico conocedor hacía girar un poco del vino por sus fauces, para detenerse en esa fragancia de roble francés fruto de una esmeradísima crianza...
Un día un químico vino a darle la razón en lo tocante al vino. Había trabajado en una bodega en que elaboraban el crianza a base de hacer una infusión en viruta de roble. Primero acudían al tonelero o fabricante de puertas más próximo, compraban una buena provisión de virutas y serrín de madera noble. Luego todo consistía en almacenar el vino con las virutas. Y avisar del agradable contraste de los taninos de la barrica, con el floral apagado de esa cosecha. Listo.

En eso estaba me cabeza, mientras esperaba al resto de amigos. Me había pedido, un cardenal, ¡Qué buenos los hacían en La Puñalada! Un Cardenal es un Martini Dry (nada que ver con la firma italiana) hecho con Campari en vez el vermú que ponía el señor Martini
Bien estaba yo paladeando ese gozo, cuando he divisado una periplaneta americana, con rapidez, se ha hecho dueña de un pequeño bloc de notas, supongo es la forma a la antigua de apuntar las consumiciones de la barra.

Recuerdo una aventura con un familiar suyo, también en un restaurante. Estaba yo comiendo un plato de pasta, cuando casi al final de mismo descubrí una pelirroja de esas entre los espaguetis. Recuerdo que tomé unos bastoncillos de pan que había sobre la mesa. Partí uno por la mitad la acomodé en el centro, le puse seis a modo de cirios tres a cada lado y dibujé una cruz con un resto de salsa. Cuando llegó el camarero casi se desmaya. Le pregunté en tono glacial, que como se llamaba la especia esa, debía ser la que a mi me faltaba en mi boloñesa.

Hoy ha sido diferente he tomado la libreta, la he mantenido apretada, cuando ha llegado el barman la he abierto, he mirado inquisitivamente el contrabando. Me he oído a mi mismo preguntar por la fecha de caducidad. Y he salido del bar antes de que me contestaran. Me he ido sin pagar el cardenal no está mal después de todo.
Luego he llamado a Valls pero ha sido tarde mucho mas tarde, cuando ya he supuesto que el y su señora ya estaban sentados a la mesa. Me he disculpado, un cliente pelma de ultima hora... que tal si tomamos café un poco más tarde en... en... bueno cerca del despacho.
Hemos quedado, a Mercedes la hacía ilusión verme, a mi también verla a ella, Mercedes es compañera de la facultad. Se que le gusta mucho ir a ese restaurante, es en cierto modo el suyo, allí formalizaron su noviazgo. Se que ahora salen poco Pepe Valls es arquitecto y su economía se ha resentido con la crisis.
Cuando han llagado al café Mercedes estaba radiante. Se la veía feliz. Como iba yo a estropearle una comida con su marido y menos por una cucaracha.
Los Valls siempre han sido muy escrupulosos, razón de más con los tiempos que corren se que han tenido que desayunarse algún sapo.
No era para romper el hechizo de su restaurante.
En fin cada día me vuelvo más sentimental.

martes, 19 de noviembre de 2013

Hagan juego...

El casino era enorme, ocupaba todo lo que la vista podía abarcar. Había jugadores en todas las salas, pasillos, corredores y hasta en las terrazas y jardines.
Todos hacían juego, las normas eran claras, solo se podía jugar lo que estaba a la vista. No se aceptaban créditos ni pagarés. El jugador podía apostar resto contra la mesa o contra la banca, la banca nunca perdía su condición de banca. Era la única que podía tomar créditos de otros jugadores. Aunque por regla general, nunca jugaba. Se limitaba a repartir el juego y llevarse un tanto por cien de las ganancias.
El enemigo a batir eran los demás jugadores y sus respectivas fortunas. Es decir sus respectivas rachas de suerte.

Había jugadores de todas las edades, núbiles, provectos y aun aquellos que la senectud aureolaba claramente de decrépitos, carcamales. Solían estos últimos tener sus corros cerrados. Los había que visitaban el casino asiduamente desde hacía más de setenta años. Todos tenían en común la mirada fría gris impersonal, como las pupilas con telilla sufusión y cataratas. Vista cansada. Todo un repertorio de patologías propias de la vejez.

Pero allí seguían pidiendo cartas envite tras envite, mano tras mano.
Alguna vez se montaba algún alboroto, pero raramente en sus mesas, eso era cosa de chicos vocingleros, de malos jugadores ventajistas y fulleros.
Estos últimos duraban poco, los tramposos eran expulsados sin contemplación, se rumoreaba que había habido algún caso en que un tramposo había conseguido mantener sus malas artes durante tiempo indefinido. Pero era una leyenda, El Casino que lo sabía todo, negaba cualquier pacto con la trampa, con el cohecho.

Entonces me fijé en mi compañero de mesa era un anciano que podía haber sido un hombre respetable en otro tiempo. Ahora pálido, demacrado, mal vestido, no era ni la imagen de un Petronio ni tampoco daba la impresión de un prócer. Miró sus cartas con su cara seca atarazada acercó los naipes a sus ojos buscando un correcto enfoque. Los dejo sobre la mesa y espero su turno para hablar. Voy con mi resto dijo entonces, un rumor sordo agitó a los concurrentes hasta de las mesas próximas se acercaron curiosos.
Se mostraron las jugadas, poco a poco. Yo había pasado el anciano destapó su combinación cuatro ases y un rey ¡Difícil de superar! Así fue había ganado el viejo temblaba con la emoción contenida.
Ganador ¡ganador por una vez! Ahora que su resto era casi nulo, diez óbolos. Si al menos hubiera en sus tiempos mozos. Se levantó de la mesa diciendo. Me retiro, nunca antes había tenido una jugada así.
Es tan tarde... todos sonrieron, la banca anunció otra mano, esperaban una sentencia una frase. La banca dijo a mi no me miren yo soy la vida doy las cartas como vienen. Hay quien para echar un resto espera toda la existencia, hay quien juega la vida por la vida. Pero yo no hago nada especial, solo reparto cartas el apostar o no es cosa suya.
¡Hagan juego señores hagan juego!

viernes, 15 de noviembre de 2013

Amor a primera vista. Cuento para adultos.



Ella me miraba desde el fondo del establecimiento. Yo sentía un placer morboso en mirar, pero me invadía la vergüenza.  Era una adolescente, bueno vestía como tal. Recuerdo su pelo basto como de niña que aun no ha descubierto el poder afrodisiaco de un champú suavizante.
Me gustó su boca fruncida en un mohín, sus labios muy rojos y unas mejillas con algo de colorete mal puesto. Parecía no conocer los secretos de la borla, del fijador, sus ojos grandotes algo vacunos, me miraban reflejando lo provocador de sus labios, no sin cierto aire de duda.
Recuerdo haber cambiado discretamente mi posición para contemplarla mejor. Hasta fingí leer un artículo, supuestamente serio, sobre la política fiscal en la futura Cataluña comparada con la hacienda Macedonia. Todo puta mentira, ni entendía yo de política fiscal macedonia ni me importaba un carajo la matemática econométrica de Mas-Colell. Pero yo pensaba que... bueno era la forma de deslumbrar a una chiquilla que parecía decirme enséñame la vida.
Recuerdo su faldita escocesa su calcetines blancos y cortos y unos zapatitos de medio tacón. una medias rotas, una blusa de uniforme con manchas de "boli", y ese aire general de Lolita haciendo novillos. Al final me detuve en su mirada, esos ojos negros de becerra  extraviada.
¡Era más de lo que podía soportar! Hablé con el dependiente, fueron dos palabras a las que no presté mucha atención saqué la visa y maquinalmente firmé unas hojas. Listo.
Más tarde, ya en mi casa, cuando me reponía del primer revolcón amoroso. Sonó el teléfono, ¡Miserable bastardo! ¿Quieres abrir la puerta de casa de una puta vez? Llevo diez minutos esperando fuera. Sin saber bien lo que hacía abrí allí estaba correosa, fibrada, con unas Ray Ban de agente del orden y su uniforme de cuero. Llevaba una fusta en la mano. Me empujó hacia el interior, de nada me valió aducir intimidad o intentarme oponer sus mano derecha hizo presa en mi cuello. Casi en vilo recorrí el pasillo, fui arrojado sin contemplaciones sobre la cama, allí entre las sábanas aun estaba ella. Mi lolita mi crimen. Oí gritos me llamaban cerdo pederasta y no se que cosas más. No comprendía mucho lo que sucedía, al final ya con las manos esposadas a la espalda y en un vergonzoso decúbito prono, mientras sentía la fusta zumbar sobre mis nalgas, mis ojos se fijaron en una copia del contrato factura que había comprado. Decía Los Placeres de Sade primer centro europeo de muñecas hinchables con "suegra"  oferta especial. Muñeca lolita y dos tratamientos de disciplina inglesa, por el increíble precio de... No pude leer más un fustazo en mis nalgas me hizo ver las estrellas. Traté de explicar que era un error... no sirvió de nada...
Pederasta cabronazo nenaza...
Vivir para ver.      

sábado, 9 de noviembre de 2013

El Heredero

El abuelo hacia tres días que faltaba, poco a poco nos hacíamos a su ausencia.
Cuando volvimos del cementerio, mi madre cerró a cal y canto la puerta de su despacho. Era un no querer ver, un condenar sus cosas, el recuerdo.
Esas rarezas eran muy propias de mi madre, cuando murió el otro abuelo, es decir su padre, mantuvo cerradas más de un año y en connivencia con su madre las habitaciones que había usado el yayo Joaquín.
Cuando se me permitió entrar, -yo era un niño-, aun encontré en la mesa de noche, unos cuantos cigarros mata-quintos, también llamados perreros o toscanos.
A las mujeres les molestaba que mi yayo Joaquín fumase. El decía que con ese olor en el cajón era suficiente para mantener el mueble limpio de carcoma. Y el humo decía que obraba milagros como antiparasitario. Si lo quemabas en un  brasero, allá en la buhardilla, donde se guardaban los ajos cebollas y tomates de colgar, tenía la convicción de que nunca se pudrían. Aunque a mí me daba, que con esa escusa se fumaba algún petardo de suyos, de los que él se liaba, que no necesitaban otra yerba para colocar. La última, vez que estuve en la casa del pueblo, aun había restos de ellos en el cajón de su mesilla.
Pero bueno esto último pasó hace más de veinticinco años. Y lo que me preocupaba era ahora "la herencia" del yayo Antonio.
Yo era su nieto favorito, muchas veces me había dicho que eran para mí sus libros y el contenido de un armario en que guardaba sus cosas.
Yo sabía que entre esas cosas, estaba su colección de moscas, de cebos mosca para pescar.
También alguna vieja caña de bambú y los carretes con sedal.
Yo apreciaba las moscas, porque soy como él pescador. O mejor dicho lo soy gracias a su paciencia.
Las moscas se las fabricaba el mismo. Usaba una especie de berbiquí con engranajes, ponía en la mordaza un anzuelo, bobinaba una fina capa de hilo de nailon. Elegía cuidadosamente unas plumas de pollo, con colores vivos casi tornasolados y terminaba de envolver el engaño de manera; que imitaba a la perfección un insecto de los que eran comunes en la rivera. Irresistible para una trucha o un salmón.
Esta vez no iba a dejar que me cerrasen su cuarto, de eso me encargaba yo.
Yo, el legítimo heredero de la fortuna, un tesoro en aparejos de pesca.
Me lancé con fruición sobre el armario, allí estaba el arsenal. Por un momento contemplé enmudecido las plumas de colores; faisán, urogallo, gallo berciano, capón de Vilalba, pintada...
El sedal de todos los grosores y una panoplia de arponcillos de una dos y hasta tres muertes.
Estaba absorto en ello cuando llamó mi atención una caja de madera noble, no muy grande no más de una cuarta cuadrada y un jeme de grosor. Vista en detalle se apreciaba una fina línea un poco por debajo de la parte superior que hacía sospechar en una tapa. Una observación detallada no me hizo apreciar ningún tipo de charnela o bisagra. Tampoco se apreciaba ningún tipo de mecanismo de cierre, pestillo cerraja o golpe y sin embargo algo impedía separar la tapa. Porque era evidente la parte superior de la caja era una tapa.
Pasé un rato intentando averiguar su secreto, pero al final me distrajo el voluptuoso legado de plumas y cebos.
Tuve que irme, durante la semana la imagen de la caja volvió varias veces a mi memoria. ¡Como podía ser qué no la hubiese, visto antes! ¡Como mi abuelo nunca me habló de ella! dos semanas después me hallaba yo de nuevo en el despacho taller del abuelo Antonio. Sentado frente a la caja misterio. Esta vez, la exploré a conciencia, era seguro que la parte superior era una tapa. Si mirabas con atención, en la parte de atrás se percibía claramente un engrosamiento de la comisura, lo que hablaba a las claras de su función de tapa.
Palpé y tenté toda su superficie pero era inútil. Me entretuve observando la tapa, era un bonito trabajo de taracea, primero a unos dos centímetros del borde aparecía incrustado un marco de madera clara, dentro de él artesano había dibujado una adorno vegetal, plagado de volutas y postas.
En el centro, aparecía algo semblante a un escudo de armas, liso sin cuarteles y con apariencia de nácar. No sería más grande que la yema de mi dedo anular, y al pasar una  otra vez mis dedo corazón sobre ella, -con la misma atención conque leería una cecografía - me pareció apreciar un cierto desnivel en relación con las incrustaciones fronterizas.
Pegué mi dedo índice sobre ella le intenté imprimir un movimiento de vaivén. Si, había un, casi imperceptible movimiento lateral, probé a presionar aumentando la fuerza poco a poco y entonces si un chasquido seco y la tapa se separó de la base, se apreciaba un bastidor de palo rosa perfectamente ajustado al interior y que debía ser parte del mecanismo de cierre.
La miré con detalle, sin conseguir averiguar como funcionaba el mecanismo, entonces con cuidado retiré una pequeña almohadilla de seda y miré dentro.
Allí estaba, una saboneta de oro con su leontina, me quedé parado, nunca nadie me había hablado de ese reloj. No recordaba yo haberlo visto y sin embargo, la leontina si la había visto alguna vez en las fotos de mi abuelo. Se apreciaba en su retrato de bodas, entre el botón y el bolsillo del chaleco. Era obvio que al final de ella colgaba un reloj, el reloj del misterio.
Lo tomé en su tapa aparecían su iniciales A Z (Antonio Zárate) y más abajo un zarcillo parecía dibujar unas letras t f v u. No me decían nada, abrí la tapa pero no había saetas ni esfera. Solo un muelle de reloj enrollado sobre si en una espiral eterna. Más tarde mucho mas tarde supe que A Z eran eso letras la primera y la última. La otras cuatro las iniciales de una frase latina Tempus fugit, velut umbra. El tiempo huye como las sombras, pero para cuando lo aprendí yo ya estaba preso de la espiral del reloj, ya era pasto del tiempo caído entre sus engranajes. Ese había sido mi cebo.

miércoles, 6 de noviembre de 2013

Heliodoro Pacheco. (In memoriam)




Hoy debería ir a la pelu.

Tal vez Llongueras. Pero no, mejor no, aun me siento en forma y tengo pelo suficiente como para pagarme piropos.

Iré a la pelu del barrio, ahora ya puedo ir sin tapujos, antes me daba reparo.
Pero Heliodoro el peluquero ya se ha jubilado del todo. Es decir traspasó el negocio, se jubiló, y luego se fue a cobrar el finiquito con la vida.

Eran tres amigos en el funeral y yo. Yo no era amigo de Heli faltaría más.

Creo que aun me recordaba, todo empezó una tarde de otoño cuando el jefe me llamó a su despacho.

Junto a él había una rubia con pintas de salazón. Carnes amojamadas y ojos llorosos.

Fernández me dijo: Esta señora se está separando, cree que su marido le es infiel. Haga usted el favor de acompañarla, le llevará a un bar en el que tiene una cita con su marido. Ella entrará usted deja pasar unos minutos, entra y verá que está con su compañero. Cuando se despidan usted debe seguirlo y averiguar a donde va y si es posible si tiene alguna otra cita.

La señora piensa que marido tiene una aventura con otro hombre, es decir que es gay.

Puse mí mejor cara, intenté imitar la pose de Humphrey Bogart  en papel de Philip Marlowe.

Si jefe contesté, me pasó un sobre con 1200 pesetas.

Salimos de la oficina en silencio, la mojama caminaba con pasos cortos y rápidos. Tres bocacalles más allá del despacho giró a la derecha  sin decir nada.

Nos sumergimos en un barrio donde abundaban los PUB y otros locales similares.

Llegamos a uno con un cartel descolorido, anunciaba Irish Pub. Penetró en el antro, yo encendí un cigarrillo y lo apuré antes de acceder al local.

Era un tugurio tristón, con mesas de madera, adornado con picheles y bocks de dudosa originalidad.

Había un humo denso y un cierto tufo a garito poco ventilado. El agrio de la cerveza y el acre del sudor humano y el humo, creaban una atmosfera densa, casi se podía esculpir en ella.

Me acodé en la barra, encendí el segundo pitillo, maquinalmente acaricie el sobre con las mil doscientas pesetas. Pensé; bueno son mías, me tomaré un güisqui, un güisqui irlandés por supuesto.

La rubia estaba sentada en una de la mesas de el fondo, acompañada por un tío con cara de pocos amigos, barba muy cerrada. Ella gesticulaba al hablar el parecía de piedra.

Permanecieron así un par de güisquis. El primero por instinto me lo tomé pausadamente, el segundo algo más rápido, no era cosa de tener que apurar de un trago el vaso porque el objetivo se iba. En un momento tuve la impresión de que hablaba de mi.

Imaginé que lo amenazaba con hacerlo seguir.Juraría que el sujeto me miró desafiante.

Pero como... después pensé que era obvio, en un PUB donde todos se conocen, un tío nuevo y tomado güisqui en la barra, tenía que ser un huele braguetas, fijo.

La reunión de la pareja parecía terminar, ella hizo un ademán de levantarse, se volvió a sentar, yo aproveché para pedir el tercer güisqui, lo pagué en el momento en que me lo servían, como es tradición.

La seca dio señales de irse. Me terminé el vaso de un solo trago.

Ella salió, el me miró de soslayo, no habrían pasado ni diez minutos desde que salió la clienta cuando se levantó, se puso una trinchera con amplias solapas, paso junto a mi para tomar la puerta que estaba justo detrás mío. Conté mentalmente hasta veinte y salí tras él.

Caminaba despacio por las estrechas callejas, las aceras tenían ese lodillo urbano mezcla de aceite de coche y detritus de ciudad.

Caminó por delante una buena media hora, parecía no tener un rumbo fijo. No se volvió ni una sola vez.

La calleja daba a una gran avenida, giró despacio a la derecha, hizo ademán de volver sobre sus pasos. Mierda quiere quemarme, me dije, me metí en un portal.

No creo que me viera, como mucho mi figura borrosa en la penumbra.

Cambió de idea, tomó por la avenida a paso rápido. Tuve que correr, lo vi, entraba en el suburbano, uf había peligro de perderlo, me precipité escaleras abajo, no estaba. bajé al andén tampoco. Salí por la otra bocamina, nada, se había esfumado.

Metí la mano en el bolsillo, aun me quedaban setecientas pelas. ¡Bah! me voy a la timba de Klaus, a jugar un póker.

Al día siguiente, confesé haber perdido el rastro, el jefe ni se inmutó.

Solo dijo: Vale caso cerrado, la cliente solo tenía esos trescientos duros.

Con el tiempo lo olvidé. Hasta que un día, cuando yo ya no era ni Bogart  ni Philip Marlowe, buscando una peluquería cerca de mi nueva residencia lo encontré.

 Era Heliodoro Pacheco el barbero de la calle, aquel que yo seguí una noche.

Nunca fui su cliente, que se llamaba Heliodoro lo averigüe en el café de cerca de su barbería.

Me producía cierta angustia poner mi cuello bajo su navaja.

Cuando traspasó el negocio si me hice asiduo. Josemi el nuevo dueño era un gay dicharachero y legal. Helidoro se murió, me dio el esquinazo definitivo.

Sospecho que Josemi era su pareja, pero nunca me he atrevido a preguntar.

Total para que, hace de eso tanto tiempo.
(cualquier parecido con personas vivas o fallecidas es casual esto es pura imaginación)