El poeta sordo cantaba Aida en la estación de metro. Muchos días lo vi al fondo del andén en una zona ciega sin casi tránsito de personas.
"Un esercito di prodi da
me guidato. E la vittoria e il plauso di Menfi tutta! E a te, mia
dolce Aïda, Tornar di lauri cinto Dirti: per te ho pugnato, Per te
ho vinto!"
(Y la victoria y el
aplauso de todo Memphis! Y a ti, mi dulce Aïda, El sueño de ser
grande para la amada Retorno coronado de laureles Decirle: para ti he
luchado)
Yo lo miraba gesticular
desde enfrente con su voz poca y mala apagada por el ruido de los
trenes. A mi lado una joven “drogata” arrastra por el suelo un
reloj al que el camello no ha dado el valor de una dosis. Hoy tendrá
que alquilar la figa.
Barcelona sórdida. No
estás en los pasadizos del metro donde el mono mata. Mata la falta
de chute, y como al poeta sordo lo mata la soledad y sueña ser un
Radamés en la puerta del Liceo.
Son los pequeños
miserables que se cruzan a diario en nuestra vida, tirados al lado de
la via. Me gusta Barcelona la de las pequeñas miserias, la del
ratero loco la drogata sola y poeta sordo.
Porque hay otra Barcelona, mucho mas miserable, más sórdida si cabe, es la ciudad iluminada por el sol la de la miseria en los despachos el cava adulterado y la sangre de los políticos. Los grandes miserables, aquellos a los cuales sus amantes negras, negras de alma, les entonan el Ritorna vincitor cuando llegan de poner en el nido del cuco el huevo del soborno, ese que arroja a los hijos de la decencia para dejar es su puesto la corrupción mas abyecta.
¿Qué diferencia hay?
Entre la drogata que ve rechazado su reloj y el sobornador que no
puede llegar al 3%? La que alquila el sexo por un chute, el que
vende el culo por prebendas.
Me quedaré con el poeta
sordo que canta Aida y me confiesa:
Ya se estoy loco, pero no
hago daño a nadie ni vendo droga ni me prostituyo como aquella del
despacho edificado a la sombra del cuento y forrado de oropeles de
señera...