Solo
somos cuatro viajeros en la parada del autobús. Excepto uno, todos
mayores, y aun este debe pasar la cincuentena.
Se reconocen; me parece que se reconocen con gestos discretos.
Llega el autobús y subimos, dentro hay un par de jóvenes que parecen regresar a casa después del trabajo, llevan el buzo puesto con un nombre serigrafíado en la espalda. Ellos bajan dos paradas más tarde y sube en su lugar el que parece ser un miembro de la cofradía, no se que tiene en común con el resto, conmigo, pero hay algo que lo hace socio parroquia.
Se reconocen; me parece que se reconocen con gestos discretos.
Llega el autobús y subimos, dentro hay un par de jóvenes que parecen regresar a casa después del trabajo, llevan el buzo puesto con un nombre serigrafíado en la espalda. Ellos bajan dos paradas más tarde y sube en su lugar el que parece ser un miembro de la cofradía, no se que tiene en común con el resto, conmigo, pero hay algo que lo hace socio parroquia.
Nos
mira a todos de hito en hito, cruza la mirada con el hombre calvo que
se siente frente a mi y dice:
¡Buenas
Fiestas y salud!
Al
que está enfrente, el saludo le sienta como una cornada y contesta:
Una
mierda salud, una jodida mierda. ¿Para que quiero salud para gozar
mi miseria?
Es
un gesto hostil y sin embargo nadie reacciona.
El
recién llegado, a pesar de la mala acogida de sus palabras saluda a
a cada uno.
Luego
comenta algo que no entiendo, me mira y pregunta:
¿Donde
vas a pasar la nochebuena? Yo en el hotel Alfa, y tu no muy lejos.
Más
tarde mientras me entregaban el juego de sábanas, me enteré de la
historia, el que permanecía sentado frente a mi en el bus, era
Ricardo, un día fue un bien-estante, profesional, pequeño
empresario. En pocos meses, la crisis se cebó en su negocio, perdió
a su mujer, en brazos de un cáncer galopante, y como las desgracias
nunca llegan solas, por un aval dado a su hijo perdió vivienda y
negocio.
Sabes,
me contaba mi confidente, aún no se ha hecho a la idea, el resto
valoramos la salud como el ultimo reducto del bienestar, pero el
piensa, que la salud solo es conciencia para percibir las
desgracias...
Pero hay que bregar con la vida, vida que como en el Alquimista de Borges termina así:
Y mientras cree tocar enardecido
el oro aquel que matará la Muerte,
Pero hay que bregar con la vida, vida que como en el Alquimista de Borges termina así:
Y mientras cree tocar enardecido
el oro aquel que matará la Muerte,
Dios,
que sabe de alquimia, lo convierte
en
polvo, en nadie, en nada y en olvido.
Pero ya se le pesará... ya le pasará, esto me decía Luis un “amigo del hotel Alfa” así llamamos a la residencia que los servicios sociales del ayuntamiento tienen abierta para nosotros, los sin-techo.
¡Feliz
Noche!