lunes, 21 de diciembre de 2015

Noches Buenas 1ª


Es una noche fría, el aire gatea por las rocas del acantilado y trae en su viaje espumas de marea.
Es una noche de guardia serena, el fusil y el perro, no hay caseta. No hace falta. Allá en el cielo pasa un cometa, tal vez solo chatarra; restos de un ingenio humano, que regresa.

Vuelve vuela, arde el aire torna a la tierra.
Y es nochebuena pero aquí no hay luces, ni abetos, ni gaitas, ni panderos por no haber no hay pastores y tampoco borregos.

Es una guardia más, un hombre, un fusil ochenta balas y un perro. Paz en la tierra que inconveniencia.

Treinta cuarenta años después, hay otra guardia, no hay perro ni fusil ni espumas de marea. Hay garita búnker pantallas y aparatos... ojos del más allá en la estratosfera. La tierra es una jaula y sobre ella una red que ausculta las ideas.

sábado, 12 de diciembre de 2015

El Laberinto Ariadna y lo que aprendí...


En la puerta del laberinto, Ariadna me había dado una moneda. Parecía un dracma, en su cara figuraba el mochuelo de Atenea, en su cruz solo una letra Π, pi es la razón de la circunferencia y su diámetro, en realidad un decimal eterno. Nunca recordé mas allá del 3,14 16. Pero mi calculadora de bolsillo aplicaba un número con treinta decimales y podrían ser más muchos mas hasta el infinito y uno mas allá.
La clave de la sabiduría es pi. La sabiduría era la cara del mochuelo de Atenea, su clave la razón la que se obtiene al dividir un círculo por su cuerda mayor, cualquier círculo por su mayor cuerda.
3,1415926535897932384626433832795

Esa era la clave del laberinto, tomar siempre la entrada a la derecha 1 4 1 5 9... tenía que ser a la derecha porque el laberinto es una fracción en un todo. Si hubiese contado a la izquierda es evidente que contaría laberintos pero no callejones.
Tomé una antorcha, la encendí, y penetré con ella iluminando el pasadizo, en el suelo quedaron los fósforos que usé para prenderla, y me perdí por el lúgubre camino seguro de mi serie 1 4 1 5 9 2 pi simplemente pi.
Durante unos segundos creí haber alcanzado el centro, pero no seguro que era una ilusión. Seguí vagando por el inframundo, en algún sitio me sorprendió el olor de la fiera, orina y heces de toro. Pero al minotauro no lo vi.

La antorcha se acababa su llama chamuscaba mis dedos, eso no representaba ningún problema tenía otra pero era la que me garantizaba el salir. Conté hasta nueve el último hueco que marcaba mi serie, y cuando tenía que decidirme si encender la segunda antorcha para regresar o si me aventuraba más allá, un chisporroteo del la corta tea me quemó los dedos y la dejé caer.
Se apagó en el suelo paro antes de apagarse, aun pude ver una caja de cerillas junto a ella; allí en el suelo, la caja de cerillas que emplee para hacerla arder. Se hizo la tiniebla mas espesa pero allí un poco a la derecha vi un claror incierto.
Esa era la entrada. Sentada en una roca, Ariadna dibujaba en la tierra, esta fórmula:
xn + yn Zn
Algo parecido a la conjetura de Fermat siempre que n sea mayor que dos. Lo que en términos vulgares significa que si la suma de de las áreas de dos cuadrados construidos sobre los lados menores de un triángulo rectángulo son igual al área del cuadrado mayor las capacidades de los cubos construidos de parecido modo no cumplen esa condición.

Ariadna trazaba el plano de una ciudadela y sus aljibes para su munición...

martes, 8 de diciembre de 2015

Arlekines


Es carnaval, vestido de arlequín salgo a la rúa. Me espera Colombina con labios de carmín
ojeras de antimonio, fidelidad perruna.
Colombina y yo y su recíproco, amantes de comedia. Paseando por la rúa me veo feo reflejado en la luna de la paquetería. Colombina se ve, se ve a su vez en un viejo cristal peluquería. Y miro con detalle la calle, y veo otra vez la luna y su reflejo. A la derecha Ella y yo a la izquierda yo y ella. Gloriosa simetría, pero ni ella es yo ni yo soy ella ni el fulano que a su brazo cuelga, tiene el menor parecido con mi presencia.
Mira le digo al tío del espejo tu no eres yo pero sales con ella, romperé el cristal te retaré a duelo y de un gañivetazo te tiro muerto.
Y entro en el cristal y el mequetrefe toma las de Villadiego. Lo agarro por el frac le tiro el antifaz y su rostro no veo. Nada hay detrás de la careta, y preocupado me quito mi antifaz y puedo comprobar que mi rostro también se ha fugado.
Es carnaval, vestido de arlequín voy por la rúa, pero sin antifaz porque mi cara está al otro lado de la luna.

viernes, 20 de noviembre de 2015

Forcados amadores...


Evocando. Pues si si mal no recuerdo la rubia de Santaló se llamaba Marta, era de ese tipo de mujer que tiene de todo, quiero decir que tenía pechos nalgas boca nariz.... todo en un conjunto de elementos armónicamente distribuidos, una mujer que invitaba a tumbarse en la cama junto a ella y leer.

Alguna vez, imaginé leer El Quijote acostado a su lado, pero nunca conseguía pasar de aquello de “duelos y quebrantos los sábados, lentejas los viernes”... Yo pertenecía la cofradía de Forcados Amadores, dicho en castellano, recortadores, esos mozos que juegan haciendo regates frente al toro, sobre el toro, y con el toro, evitando siempre el revolcón.

O en el mejor de los casos, revolcón sin que te pille el toro. Bien, pues en nuestra cuadrilla, de liberales solíamos valorar a las hembras conforme a un inexistente código consistente en emparejarlas con una obra literaria. Porque claro, no era lo mismo pasar la tarde noche, con una hembra, Guerra y Paz; que con otra Madame Bovary, u otra La Divina Comedia. Era un buen sistema, porque dejaba mucho hueco para la imaginación y por otra parte nos ayudaba a confeccionar un mapa surrealista del ganau en liza.

El artífice de esta nomenclatura era Manolo, al que la cofradía respetaba por su arrojo y buen hacer en los quiebros, aunque como todo cántaro que va mucho a la fuente...
Pues eso que un día llegó y al comentar las incidencias de su lidia dijo solamente Laura Petrarca. En vano le preguntamos si era Laura de Sade, Manolo calló calló y cayó en un mutismo estúpido y a los pocos días dejo de venir. En fin que ni de la rubia ni de Manolo volvimos a saber

domingo, 8 de noviembre de 2015

Jiménez Ruiz Blanca por más señas.

Nos enseña Africa Jiménez Ruiz un paisaje de campo y árboles dormidos en invierno. Pudorosos se cubren con un manto de niebla para no mostrar sus cuerpos esqueletos.
Es Blanca, escritora poeta de esencias buena lectora y destila tanto sus aportaciones que a mi me parece pasan siglos entre ellas.