¿Que es el infinito?
Uno de los acólitos mas
jóvenes dijo:
El infinito es la medida
en la cual cualquier otra medida cabe.
El maestro creyó ver una
respuesta de las de boca de ganso y preguntó a todos.
¿Que distancia hay al
palacio del sultán?
Tres días le dijeron.
¿Y qué distancia
diríais qué hay hasta la luna?
Los discípulos quedaron
pensativos después uno respondió:
No se puede ir a la luna
porque mientras tu vas ella cambia. La luna es como la mujer, que
cada veintiocho días muda su cuerpo.
¿Quieres decir con eso?
¿Qué la mujer es
inalcanzable?
El discípulo calló, en
su interior maldecía la prontitud de su lengua, que le dejaba
siempre expuesto a las preguntas del anciano.
¿Por qué razón? Ahora
había nombrado a la mujer, algo de lo que no se hablaba casi en ese
círculo de vida ascética.
Pero al final aclaró la
voz y dijo:
La mujer es creadora de
vida, la vida es cambio y mutación, no se puede abarcar a la vida.
Es imposible abarcar a la mujer o llegar a la luna en el curso de una
vida.
El anciano sonreía para
sí viendo el avance de su alumno. Demostraba que ya era capaz de
construir escenarios inmensos, donde la luna, la vida, la mujer, el
amor y el sexo; la ambición y el altruismo interpretaban o
interpretarían su épicos torneos.
Por un momento, lo vio
joven, adulto y provecto en el mismo cuerpo.
¿Como sería posible?
Crear un único ser; con la inocencia del primer joven, la capacidad
de trabajo del adulto y la experiencia del viejo.
Recordó cuando era él
el que contestaba así a su maestro. Comprendiendo lo que tantas
veces oyó. Es normal que el joven y el hombre se equivoquen. También
es cierto que el maestro yerra menos. Pero que el maestro no yerre no
es por haber alcanzado la sabiduría. Es por haber hallado la calma
del espíritu, el maestro es contemplador y pocas veces es juez. Lo
que dice es siempre provisional. Porque el pensamiento es un
andamiaje eterno, construcción en perpetua mudanza.
¿Y pregunto, cuantos
infinitos hay?
Silencio.
Miró uno a uno a sus
alumnos, nadie se atrevía a contestar. Hasta que por fin uno de los
jóvenes se atrevió y dijo:
¿Cuanto es infinito partido por dos? ¿y dividido por tres?
Me diréis que la
respuesta es infinito. Solo el infinito dividido por sí daría como
resultado la unidad. Eso me lleva a pensar que existen infinitos
infinitos.
Eso será, dijo otro
alumno, si puedes diferenciar cada una de las partes del infinito
cociente. Claro que puedo afirmó el primero. Quizá medio infinito
sea un concepto difícil de asir. Pero hay otros, el infinito de lo
simple, el infinito de lo complejo, el infinito de lo grande y el
infinito de lo pequeño.
¿El infinito de lo
pequeño? ¿Qué es eso?
Si el infinito de lo
grande es una medida en cualquier otra medida cabe infinitas veces.
El infinito de lo pequeño sera uno tal que cualquier cosa por
pequeña que sea también cabrá infinitas veces...
Llegado a este punto el
anciano de la montaña preguntó:
¿Y como es el infinito
de lo simple? ¿Y el de lo complejo?
El infinito de lo simple
es un infinito en que cualquiera de sus contenidos pueda dividirse en
otro infinito mas sencillo. El de lo complejo, será un infinito que
como una cebolla está formado por capas cada vez mas complicadas,
con mas componentes y mas interrelacionados entre ellos.
Partículas, átomos,
moléculas, compuestos, órganos, aparatos, seres.
Los átomos tienen
reacciones al igual que las moléculas. Los compuestos forman órganos
que tienen funciones al igual que los aparatos. Los aparatos
conforman seres vivos que se reproducen nacen crecen y mueren. Y en
ese momento cuando se llega al ser este se reconoce. Cuando llega al
hombre no solo se reconoce es además capaz de reconocer a otros no
yo distinto que yo similar a yo.
El maestro entonó un
mantra, e indicó a sus alumnos que era el momento de meditar.
Mientras se hundía en su nirvana, en su no ser, el anciano pensó
para que me necesitan ya. Y se planteó seriamente el no volver...