Yo recuerdo de mis viajes a sitios no habituales
un mapa de olores, era bonito serpentear entre el incienso el pachulí
la ropa tendida al sol los efluvios de un perro muerto. Oír el
enjambre de moscas que cubrían el cadáver y esperar en la vuelta
del camino mientras el sol cae, los olores de heno y sudor de las
campesinas que traían grandes haces hierba sobre sus cabezas.
La brisa traía
cabalgando en su lomo el aroma de la brea, galipote, del puerto donde
un viejo calafate descalcaba una barca.
Las gaviotas con total
desvergüenza permanecían posadas en las rocas cercanas, También de
ellas percibía su olor animal inconfundible, mis alpargatas de
cáñamo ya muy usadas dejaban ver las uñas de mis pies, y el poco
tejido que restaba permeable al chabisque del camino dejaba mis pies
sumidos en una humedad pegajosa y perpetua.
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