La revolución de octubre había llegado. Miguel vio como el
paseo era invadido por las turbas. Imaginó por un momento que todas las hojas
de los plátanos de la avenida eran octavillas con proclamas. Subían impulsadas
por las gargantas que gritaban libertad. Los restos de papel le parecieron
aquellos archivos de la policía secreta que los remolinos humanos habían hecho
vorágine y humo.
Tumulto torbellino de ideas. Hermanos. Camaradas. Tovarishch. Ha llegado el día del pueblo. El día de nuestro gobierno, expropiemos los medios de producción, la tierra la fábrica, son del trabajador...
Tumulto torbellino de ideas. Hermanos. Camaradas. Tovarishch. Ha llegado el día del pueblo. El día de nuestro gobierno, expropiemos los medios de producción, la tierra la fábrica, son del trabajador...
Sonaban las soflamas en sus oídos y creía ver en las hogueras
que tenía delante la ceniza de la corona y el imperio. Sonaba La Internacional,
el Himno de Riego, La Marsellesa. Todo en todas las lenguas; en gargantas de
todas las razas.
Miguel se acercó al la hoguera, tarareaba el himno de Riego. Con cuidado
echó el contenido de su esportilla en el fuego. El humo acre de la hojarasca
húmeda le hizo toser y llorar. Se limpió con la bocamanga, también los lloros de
nostalgia. Hacía casi cincuenta años también era martes cuando él y sus
camaradas habían asaltado ese palacio de invierno.
Miró la hilera de tilos, aun quedaban hojas, dos semanas más
pensó quemando la hojarasca caduca, como
la revolución como él como su vida...
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