domingo, 13 de octubre de 2013

La vergüenza




Iba como suelo ir, con la cabeza en las nubes y el paso  a trote cochinero, o pasitrote. Esa forma tonta acelerada y tonta que tenemos de andar los urbanitas. Bueno no todos, recuerdo que mi vecino Josep Anton tiene el andar majestuoso del poeta. Pero eso solo son excepciones que confirman la regla.
Me dirigía a Mercadona, a comprar algo para el finde, por ejemplo unas almejas corrientes para un arroz meloso. Pensaba modificar una receta de Samantha Vallejo-Nagera. Se traba  de hacer un arroz, luego batir un poco del fumet con unas claras de huevo hasta alcanzar el punto de nieve. Es decir un soufflé con caldo corto de almejas y pescado... dejarlo caer sobre el arroz ya casi hecho, para darle un golpe de gratín antes de ponerlo en la mesa.
Delicioso, andaba yo con la mente en el quinto cielo o el sexto, ahora ignoro cual es el que corresponde a los gastrónomos. Y plás, al girar en la puerta me llevé por delante una cajita de cartón que había en el suelo. ¡Leche estos barceloneses cada día más puercos pensé... Entonces, la mujer me miró azorada, la vi a ella en el paso estrecho frente a un magro carrito de compra y un cartel que decía: Tengo Hambre Quiero Trabajo.

Nos miramos los dos embargados de vergüenza, ella por pedir, yo sentí que pisoteaba su necesidad su pobreza. Con cuidado repuse la cajita en su sitio, estaba vacía, no supe decir más, luego dentro en la tienda, rodeado de tentaciones y lujurias no podía quitarme de la cabeza la cara de aquella mujer. Terminé pronto la compra, pensé en salir y como he hecho otras veces dedicarle unos minutos, tal vez tomar un café un bocadillo ayudarla en lo que pudiese y sobre todo escucharla.
Cuando salí ya no estaba, me fui a casa al paso, un paso casi fúnebre terrible. Y es que hay veces que atropellamos a los demás sin proponérnoslo.
El arroz con almejas soberbio, con un punto amargo, eso si en el recuerdo.    

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