La llamaban "La come
hombres" a ella, a ella, que le costaba saber cuando había sido la última
noche buena. Ella, que tenía más San
Esteban en sus alforjas, con su correspondiente historia de lapidación, que navidades. Porque si, a puro de exprimir
los recuerdos podía recordar alguna Nochebuena; pero nochebueno eso ya era otro
cantar. Añoraba una larga velada, con un buen tronco entrepiernas, nochebueno,
y un enfrentar el alba, con rosada, en un tibio despertar. Pura epifanía del
amor carnal.
En fin era su sino, había sido adscrita
a las come niños. Grupo de mujeres que como dice el refrán de la bigotuda, de
lejos se las saluda.
Cierto que José le había
intentado explicar pacientemente, cuales eran los rasgos de su conducta que
espantaban al macho de su lar. Pero ella no entendía, que por querer parecer una
mujer libre, tuviera que apechar con la etiqueta de zampa-machos. Era y de eso
estaba segura una maciza, una tía buenorra, algo según sus cálculos codiciable.
¿Porqué entonces? esas prevenciones en el sexo duro hacia ella y las que como
ella hacían suponer, cierta facilidad para el ayuntamiento ocasional.
La pobre nunca entendió, que su percepción
del macho folla-cabras, aquel ser lúbrico como un fauno, de mirada castigadora
aquel individuo capaz de someter ejércitos completos de hembras solo era una
invención. El Don Juan poderoso procaz y proactivo solo era un mito. Se
marchitó en la soledad más miserable, sin comprender que su conducta también
procaz y proactiva no era apreciada, correspondía a una percepción estereotipada.
Correspondía a una posición insostenible y falsa. Que si lo que quería era
tener un nochebueno que le calentara sus soledades le calía precisamente lo
contrario dejar fluir, dejarse hacer...
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