Fueron inviernos duros, el
aprender a dominar el cuerpo me creaba problemas, por otra parte todo lo nuevo
me atraía me costaba establecer un orden de estudio.
Cuando en septiembre me despedí
del maestro tuve la vaga sensación de que era un adiós y no un hasta luego, intuía que no sabría o
no podría disponer de otro verano completo para seguirlo y eso me producía una
cierta alegría que a su vez me creaba desazón. No lo podía comprender, el pensar en repetir sus pequeños periplos
entre la montaña y la playa me abrumaba, me parecía tedioso, aunque al mismo
tiempo el prescindir de ellos me angustiaba era la sensación ambigua de un alma
adolescente. Probablemente él sabía de mi zozobra, de mi interna tormenta, lo
sabía desde varias semanas antes del fin. Después recordé una frase suya en al
inicio de un rito de meditación. El rito consistía en mantener la mente en
blanco durante un tiempo determinado, el que tardaba en consumirse una varilla
de incienso.
Aquel día a Paula y a mí nos hizo
juntar nuestras varillas y encenderlas juntas en la brasa que nos ofrecía,
soplamos a dúo, y luego alternativamente, sobre la brasa, en algo parecido a un
rito. Creo que el por lo bajo dijo algo así como que vuestros alientos
enciendan recíprocamente el sentido de vuestras vidas. A mi esa frase me
produjo la sensación de ser una sentencia de matrimonio. Que junto al soplo de
Paula y la proximidad de su cara tuvieron como respuesta un sonrojo y una leve
erección, que casi pasó desapercibida. Fue después cuando tuve la conciencia
clara de ello. Cuando luego le pregunté a ella que había que había sentido en
la ceremonia me dijo que percibió mi élan, mí élan vital. Lamentablemente
entonces y en mi léxico solo era un oscuro término usado por el filósofo Henri
Bergson pero nada, ninguna emoción que se le pudiese asociar. Como es natural o
al menos me parecía correcto, yo no nombré el cosquilleo erótico que me produjo
su proximidad.
Decía al principio -"que los
siguientes inviernos"- y no sé porque siento necesidad de usar el plural,
la memoria solo recuerda uno, cronológicamente uno. En cambio el crecimiento
mental, para no usar esa barbarie, del crecimiento
personal majadería muy en boga en los libros de auto ayuda, ¡como si el
crecimiento pudiese ser impersonal! Pues eso el crecimiento interior fue muy,
muy lento. Del contacto con el maestro y la gente que le oía salí, como abeja
en primavera, todo me parecía romeral y monte bajo lleno de apetitosas flores,
y hasta nuevas Paulas todo llamaba mi
atención y a todo se la dedicaba intensa y brevemente.
Primero fue la ESP percepción extrasensorial,
lo que el vulgo llamaba telepatía, aunque mi error fue tratar de medir buscar
en las cartas de Zener llevar una estadística de los aciertos en vez de seguir
el camino correcto, que consiste en la busca interior de la sintonía con el
sujeto o en su ausencia, medir la
capacidad de pronosticar la carta que al azar saldrá en un corte aleatorio del
mazo. Era obvio que la investigación hubiera tenido que dirigirla hacia el
estado mental de percepción alterada que permite si es que existe ese fenómeno.
La conclusión que hoy puedo mantener con toda seguridad es la siguiente: No se
puede enseñar ni estudiar los fenómenos espirituales o psíquicos, desde la
ciencia, porque la ciencia requiere infinitos conocimientos seguros y
parciales, algo así como preparaciones de Ranvier, es decir laminas muy finas
de preparado y a veces con la ayuda de tientes para que el ojo distinga.
La fenomenología, mal que les
pese a Hegel o a Husserl, no puede llegar al todo a través de las partes, eso
es ciencia método, y para llegar al conocimiento, es menester la percepción
global del sabio, del chaman, del mago del hechicero. O en su defecto
aprehender el fluir del universo.
Pero como se puede lograr eso, ante
mi tengo un libro viejo, muchas veces leído,
y al tomarlo entre mis manos ya conozco su peso, su tacto. Eso me habla que la
experiencia libro evoca en mi memoria otras veces que lo tuve en mis manos,
luego ya no es un libro, es mi libro el libro. No me hace falta mirar para
saber que en sus guardas hay escrito garrapateada una dedicatoria y un verso,
fue un libro destinado a... y ahora es mío, lamentablemente mío. Entonces el
libro me habla de soledad y si un día el encender una varilla de incienso con
un aliento compartido me produjo un conato de erección hoy el libro y esos
rasgos también produce una respuesta, esta es agridulce y mucho menos somática
que la de entonces.
Un libro su peso el tacto de sus
hojas y un poema escrito garrapateado deprisa en sus guardas una dedicatoria
que me produce a pesar del tiempo un ligero rubor y... tantos, tantos recuerdos... Hay veces que dejamos trozos de
vida en un libro en pañuelo, y mientras la mente me pide volar, volar, volar
libre en busaca de otros afectos. Buscar otro morar en un cielo amigo, fundirme
en un nirvana quien sabe las cosas son a veces anclas al pasado o mucho peor es
un arco fajón que sostiene nuestro techo solido pétreo si pero incapaz de volar
incapaz de hacerme sentir el viento el halito de Dios en su universo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario