Llueve es un día gris de
invierno. Lejos está el azul mediterráneo. Ayer bajé a la playa,
solo sufistas y windsurfistas, ninguno bueno ni en pintura se
parecían a la sobrina de Luisa
La arena golpeaba la
cara, hacía cerrar los ojos, molestaba. El Hotel Vela perdía sus
contornos mientras a sus pies el Mare Nostrum parecía, cabreado,
reivindicar su lejano parentesco con la mar.
Sigue lloviendo. El agua
cuela por las hojas de la clivias, va a perderse por no se que
oscuros vericuetos hasta las raíces. La monstera deliciosa usa el
mismo sistema, pero ella una planta con raíces aéreas parece que
son los tallos en su arranque del tronco los que acumulan el polvo
que junto al agua crea un lodo nutricio.
Hace frío, la primavera
se ha sentado a esperar que pase este ramalazo de invierno tardío.
Las hojas de los amarilis como pequeños toboganes conducen las gotas de agua hacia sus puntas, allí gotean lentamente hacia la tierra, hay un charco pequeño donde no se aprecia vida, a pesar de ello los mirlos picotean entre los terrones negros del humus nuevo, seguro que existe alguna proteína. Algún gusanillo que les debe parecer suculento.
Las hojas de los amarilis como pequeños toboganes conducen las gotas de agua hacia sus puntas, allí gotean lentamente hacia la tierra, hay un charco pequeño donde no se aprecia vida, a pesar de ello los mirlos picotean entre los terrones negros del humus nuevo, seguro que existe alguna proteína. Algún gusanillo que les debe parecer suculento.
Sopla un aire frío y
molesto, el alma se entretiene en pensamientos, que como las gotas,
cuelan despacio hacia las raíces, hacia los cimientos del yo. Mi yo
es apetitivo necesita satisfacerse y satisfacer, eso es el amor, el
amor a otros y el amor propio.
Llueve, el cielo gris
ceniza, del color de la ceniza de los habanos, un gris tenue que
azulea. Huele a jazmín y dihantus; jazmona y clavel olores de abril
y de mayo en este día de invierno tan extraño y te extraño.