lunes, 4 de agosto de 2014

Cent-Laura

Cent-Laura

Hace días que no escribo de la centaura. Ni de mi como centauro, claro. Dije; que el ser centauro, tiene la ventaja de hacer consciente -claramente consciente- la dualidad del hombre. Mi dualidad, esa parte animal unida indisolublemente a mi parte humana.
Los antropólogos hace tiempo que lo tienen asumido. Primero, la historia de la especie, se decanta hacia la hominización. Es decir se adquieren rasgos del homo, desde los más antiguos como el H. antecesor hasta los heidelbergensis. El primer homo en que parece existir una mentalidad simbólica.
Hasta los posteriores Neandertal y Cromañon.
Todo está allí, en esa evolución, que nos permite acceder a abstracciones. Las que dan origen al lenguaje, a la literatura, la poesía.
También al cálculo las matemáticas y la ingeniería.

Es curioso, como el impulso sexual que produce en mi la centaura, con su paso elegante y su batir de cola. Se puede modificar en mi conducta y ofrecerle una flor o un buen topo. Ya recordaréis que a mi amiga le encantan.
Pues a lo que vamos, como puedo ofrecerle un topillo, o mucho más abstracto, aun una rama de clemátide en flor para adornar sus crines, para decirle que me apetece retozar con ella. ¿Complejo eh? ¡Si! muy complejo.

Porque muchas veces, ese ofrecimiento también es simbólico. Quiere decir: Me portaré como un amante cuidadoso de ti, aun sin amarte, aun sin sexo.

Coñe que complejo es esto de la humanización y del centauro. La psique que es el alma, nace como una capa nueva. Capa, que solo se apoya, en el alma el alma animal y aristotélica.
Un envoltorio de humanidad sobre el cuerpo de un Cromañon. No te engañes, una emanación nacidade lo animal.

Me había propuesto, volver a recorrer el camino de Santiago, el camino iniciático, ahora que puedo ver mi envoltorio mi ánima esencialmente igual al los hombres de los últimos diez mil años.
La visita me lleva a ascender por una pirámide de Maslow de intereses. Y saber como o saber que de menaera que nunca Maslow la describió.
Pero volviendo a la historia los harpedonaptai, los antiguos tendedores de cuerdas. Esos topógrafos capaces de volver a marcar los limites de los campos que las crecidas del Nilo borraban; debieron aprender su técnica de maestros hindúes anteriores.

Un homo y una rama, una vuelta sobre si. Un circulo, la primera casa, hecha con ramas. El Primer castro. Pero un día, el hombre, identificó el símbolo circulo con el orbe. Observó que la esfera se dividía en doce casas, doce constelaciones y el año solar doce meses, el orbe era duodecimal, y el hombre parecía no serlo. Diez dedos cuatro miembros y una cabeza... 5.
Cinco cuatro tres la primera tripleta pitagórica. Los lados de un triángulo rectángulo. La cuerda de doce unidades sean codos o pasos, si la plegamos en dos veces sobre si da el tres, si la plegamos en tres trozos iguales da el cuatro. El primer barrunto de la división. La cuerda de cuatro menos la cuerda de tres da el uno y la plegada en cuatro mas la plegada en tres limitan sobre la cuerda extendida un resto de cinco.
 La tripleta pitagórica, y tres más cuatro son siete como el candelabro del templo. ¡Ah la magia del número! El número debe explicar al hombre decimal en un universo duodecimal.
El número y la división, dividir y analizar. Descomponer un todo sus partes, principio de la filosofía.   
Le he explicado, todo esto a la centaura durante el paseo de hoy. No se si ha entendido mucho; quiero decir, que se que lo ha entendido, pero aun no lo ha elaborado.
Pero el número está en el templo. Está en la ruta del peregrino, porque el misterio se resuelve cuando el hombre entiende como ha sido inscrito en el universo.
Son las meditaciones de un centauro. Y así sin darme cuenta estaba en la puerta de su casa. Me invita a subir y ¡hala yo arriba!

Mi centaura vive en una casa del centro, uno de esas inmuebles, de los 70 80 del pasado siglo, que a puro querer tener una personalidad, terminan siendo adocenados.

Mármol en la puerta y en el hall. Ascensor doble. Algún presidente de comunidad, de esos que lucen de prácticos, ha instalado unos detectores de presencia. Si un chisme de esos, que encienden la luz en el momento que entras en el pasillo, para apagarla en el mismo momento en que sales.
Parece como si un lacayo invisible te precediera con un candelabro, bueno eso es lo que dice la amiga y vecina de Laura -mi centaura-.
Comprendo que la vecina, de puro romántica y cursi, no es centaura ni remotamente podrá serlo. Entrar los tres en el ascensor ha sido algo complejo. Los ascensores producen en los humanos, una cierta hipnosis, una introversión seguramente forzada por la proximidad de otros cuerpos. Por una parte parece que se desconectan algunos sentidos, por otra se fuerza una inmovilidad.
Yo sentía le calor del cuerpo de Laura y... y el de la vecina "la del lacayo con las luces..."
Es curioso, el ascensor es el único sitio donde se nos permite invadir el espacio intimo de otro ser -bueno allí y en el baile-. Pero mientras el baile es una diversión pactada en el ascensor es una proximidad por necesidad del guión. El olor humano la tibia irradación del otro... y ese desmayo de expresión.
La vecina huele, su aroma corporal se complementa con el de la mascarilla del cabello y con un resto -ya antiguo- de perfume. Lo usó hace dos o tres días. 

Laura; que sabe lo que noto, porque ella también lo percibe, me sonríe.
La pavita de la vecina respira con profundidad y con cada inspiración expiación el canalillo de sus senos de color prieto efectúa la breve danza de sus dos flanes.
Me vuelvo un poco hacia Laura, la proximidad me incomoda pero sobre todo me incomoda no poder abandonarme al ensueño.
En fin es complicado disfrutar dos mujeres al mismo tiempo, mejor dicho con una centaura y una mujer. Ahora, yo solo obtengo un placer virtual con la segunda. Necesito una hembra de mi especie. Supongo que eso es lo que ha entendido Laura cuando ha visto mi mirada perderse entre los senos de la vecina, solo fue una nube de malestar que ensombreció su semblante unos segundos. Cuando yo volvía de mi excursión por aquellas dunas encontré su mirada y su sonrisa. Algo entre divertido y cómplice.
Aunque bien pensado, cuando nos despedimos de la vecina en el rellano; me pareció ver, que Laura le hacía un abaniqueo con la cola. ¿Será una señal de celos?


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