La experiencia de Manuel II
Manuel permaneció todo el día
taciturno. La idea de una infidelidad de Paqui le atormentaba. No era en tanto
por el hecho en sí, es decir por las consecuencias que tendría y el calado del mismo.
También era y esto le preocupaba más, por saber cual era la respuesta acertada.
Era evidente que tenía que hacer
algo ¿pero qué? A ver ¿cogía la escopeta y terminaba con la vida de su mujer y
su amante? ¿O quien dice la escopeta un cuchillo de cocina!
¿Tomaba la infidelidad de su
mujer como escusa? Y se marcaba una
coyunda en plan alarde con La Clara, que era lo mismo que decir, con la primera
"single" disponible.
Analicemos se decía. Las soluciones pasionales no eran su
estilo. Eso lo tenía muy claro, el echar los pies por alto y montar un pollo
tampoco. Cepillarse a La Clara, cosa que por otra parte creía fácil y asequible,
tampoco parecía un fasto apropiado para semejante ocasión.
Quitando a La Clara y alguna otra
single que conocía, llego a la dolorosa conclusión que para una cabalgada de
farde tendría que pagar, a sus años las mujeres ya no eran gratis. Bueno en
realidad nunca salen gratis, se decía. Como decía Antonio si divido lo que me
ha costado mi mujer por los "polvos que le he echao" Podría haber visitado
los mejores burdeles de medio mundo.
Triste sino el suyo, tenía de una
manera u otra que pagar el servicio y lo peor era que puestos a pagar no daba
un céntimo, por lo que su situación le ofrecía. Hay que joderse se decía, tener
que pagar por el sexo de una u otra manera, sabiendo que no daría un euro por
aquello que tenía más a mano. Envidió a su mujer y de rebote a todas las
mujeres, ellas cincuentonas y más aun tenían posibilidades de trabajarse a un
chivito retozón como Luis, ellos mientras con su barriguita y alopecia
incipiente solo podían cabalgar a golpe de talón o a golpe de visa.
Al final tuvo la gallardía suficiente
para ponerse en la piel de su mujer.
¿Qué hubiese sucedido? Si en vez
de Luis hubiera sido Luisa, que hubiera hecho él si se hubiese encontrado con
la posibilidad de tener un aventura con una mujer veinticinco o treinta años más
joven. La duda le ofendía, hubiera sacado fuerza de la farmacia si hubiera
hecho falta. Hubiera teñido sus incipientes canas y hasta se hubiera hecho un
implante capilar.
Jo anda que en hostelería, no se
reían de largo de ese tipo de cliente, los llamaban faustitos señores que
soñaban una eterna juventud junto a chicas que podían ser sus hijas.
Al final terminó por reírse, de sí
mismo...
Pero bueno su situación no era
para tomarla a broma, Paqui necesitaba una llamada al orden y como mínimo un
tirón de orejas.
Y de repente se le ocurrió, ¡plás!
Idea luminosa. Buscó la carta con el informe de la agencia. ¡Vaya se notaba
rozado! con los dobleces muy marcados y
el sobre roto. Pero sabía que hacer descolgó el teléfono y llamó.
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